Calendario, la popular teleserie que transmite Cubavisión los domingos después del Noticiero Estelar, entra en su recta final. Esta tercera temporada, según han anunciado los realizadores, debe ser la última. La inestabilidad de los elencos ha hecho lo suyo, pero también es cierto que a veces es mejor cerrar las tramas antes de que las historias se resientan por el agotamiento natural.
Asumiendo incluso los malabares que el equipo ha debido articular para mantener cierta coherencia en el planteamiento (actores con personajes significativos han emigrado), el resultado es positivo. Más de una vez hemos referido en este semanario los aportes de una buena factura, la eficaz construcción de los personajes, el dinamismo de la narración.
Pero otra arista plausible de Calendario ha sido su incidencia en la agenda pública.
Si una teleserie logra generar un debate intenso desde sus planteamientos, que se proyecte a diversos ámbitos del entramado social, está a la altura de una de las potencialidades del arte: ser voz activa en la construcción de consensos, a partir de una recreación comprometida de eso tan complejo que solemos llamar la realidad.
Y no significa que el arte usurpe roles o responsabilidades del periodismo o las ciencias sociales. Cada disciplina tiene su lógica. Y el arte, más que ofrecer respuestas, propone preguntas más o menos incisivas, admitiendo las implicaciones y el alcance de cada expresión.
Calendario ha cubierto un espectro amplísimo de problemáticas y conflictos de los jóvenes y su entorno familiar y social. Sin medias tintas, sin didactismos, sin propaganda. Pero atendiendo una responsabilidad: la promoción de valores universales, que pueden ser ensalzados desde el arte sin desdorar sus credenciales.
Hay con certeza un arte útil, que no reniega de cierta funcionalidad, sin llegar a instrumentalizaciones burdas.
Sobre muchos de los conflictos de las tres temporadas se han socializado opiniones de todo tipo, especialmente en las redes sociales, pues hay cuestiones que polarizan al público de manera enfática.
Hay quien dice que la televisión pública no debería abordar temas tan escabrosos. Pero, en todo caso, el creador tiene el derecho de escoger la arista que le interese… y ofrecer su punto de vista.
No son concluyentes los planteamientos, se han tocado varios temas polémicos con cuidado y sensibilidad. Y desde la propia trama y la construcción de cada personaje se han compartido visiones disímiles de los fenómenos. Por supuesto, hay un posicionamiento… Pero también una apuesta por el diálogo.
Y esa ha sido la pauta de la teleserie. Hay situaciones demandantes: desigualdades sociales, éxodo, abuso sexual, diferencias generacionales, tratamiento de la religiosidad, actitud ante la discapacidad, impacto de las tecnologías… Es un auténtico rosario de problemas; muchos de ellos, de difícil solución.
Calendario los ha planteado desde el rigor dramático y la ética. Sin prejuzgar, sin banalizar. Por supuesto que hay idealizaciones, cierto barniz estético que matiza una vocación documental. Pero lo que se cuenta es perfectamente reconocible.
Ojalá que la teleserie no sea un canto en el desierto. La producción de dramatizados televisivos en Cuba plantea no pocos desafíos, y Calendario ha ensayado no pocos esquemas de colaboración e integración de empeños creativos. Habría que estudiar estas experiencias.