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José Martí: No hay amigo más constante que el trabajo

Martí, 1971, obra de Raúl Martínez (1927-1995). Tinta sobre cartulina, 72×50 cm.

“Trabajo para un gran diario de Buenos Aires, pero este sueldo va para mamá”, le escribió Martí en una mi­siva a su amigo Manuel Mercado desde Nueva York en el año 1884.

No le fue fácil satisfacer el deseo de tener consigo a la ma­dre, dada su escasez de recursos y cuando lo consiguió, años después, le contó al amigo: “Solo una pala­bra, y por rareza feliz. Mamá está conmigo. Ha venido a hacerme la visita de dos meses, que procuré en tanto tuve un peso libre en estas arcas mías, donde andan los pesos como los garbanzos en la olla que daba a sus pupilos el maestro del Gran Tacaño”.

Sobre el padre, fallecido en 1887, le escribió a su cuñado José García: “¡Jamás, José, una protes­ta contra esa austera vida mía que privó a la suya de la comodidad de la vejez!”.

El sencillo modo de vida de Martí contrastaba con su condi­ción de hombre con vastos cono­cimientos de cultura universal y latinoamericana, pedagogo, poeta, ensayista, orador, políglota y tra­ductor de excelencia; periodista de firma reconocida en importantes periódicos del continente; cónsul de tres naciones latinoamericanas: Uruguay, Argentina y Paraguay, lo que lo convirtió en el diplomático más internacional en su época; po­lítico audaz y visionario…

Luis Toledo Sande estudioso de la vida del Apóstol señaló que Martí fue un trabajador a lo largo de su vida, “algo en lo que no suele insistirse lo bastante”.

Y subrayó: “Para él la pobreza no fue fatalidad, sino opción. Ta­lento le sobraba para haberse he­cho rico, y vivió con la mayor aus­teridad. No fue mera declaración verbal ni sonajero demagógico su voluntad de echar la suerte con los pobres: vivió como ellos, fue uno de ellos”.

 

Maestro, que es decir creador

La existencia de Martí transcu­rrió en un constante peregrinar. Del Viejo Continente —donde ha­bía obtenido el grado de bachiller y de Licenciado en Derecho Civil y Canónico y en Filosofía y Letras—, llegó a México. Allí lo aguardaban sus padres y hermanas, que sopor­taban las penurias económicas pero contaban con el apoyo de la familia de Manuel Mercado. Allí el joven ocupó una plaza de periodista en la Revista Universal de Política, Lite­ratura y Comercio, y colaboró con El Socialista, órgano del Gran Círculo Obrero de México y al final de su es­tancia en tierra azteca publicó va­rios trabajos en el periódico político El Federalista.

Durante su permanencia en esa nación (entre 1875 y 1876) profun­dizó en su cultura, historia, su go­bierno y sus luchas.

La difícil situación política crea­da tras la llegada al poder de Porfi­rio Díaz y requerimientos familiares lo obligaron a dejar el país y viajar a Guatemala, adonde llegó como un peregrino triste, según sus propias palabras, esa nación lo hizo maestro que es decir creador”, con la ayuda de su compatriota José María Izaguirre quien le dio empleo en la Escuela Normal de la que era director. Un mes después fue nombrado cate­drático de Literatura y de Historia de la Filosofía en la Facultad de Fi­losofía y Letras en la Universidad Central. Enseñó también de forma gratuita en la Academia de Niñas de Centro América.

Se destacó en los círculos inte­lectuales, sobresalió por su caris­ma y elocuencia al punto de que lo llamaron Doctor Torrente.

Con la llegada del presidente Barrios, convertido en tirano, quien despidió a Izaguirre, Martí decidió renunciar y viajar a Cuba, donde volvió a ejercer como maestro para sostener a su esposa y a su hijo re­cién nacido, y contribuir también con los gastos de sus padres.

Era el año 1878, la Guerra Grande había concluido sin que los patriotas alcanzaran sus obje­tivos. Como Martí no pudo costear en España los certificados de sus carreras universitarias, no le fue posible ejercer la abogacía sino trabajar como pasante en bufetes como el de Nicolás Azcárate, lugar en el que conoció a Juan Gualberto Gómez.

En 1879 el capitán general Ra­món Blanco dispuso su deporta­ción para Ceuta, sin proceso ni jui­cio y partió una vez más hacia el destierro en España.

Su estancia de seis meses en Venezuela, en 1881 lo maduró como revolucionario e intelectual. Ya era conocido entre los predios periodísticos y culturales latinoa­mericanos y como tal fue recibido. Allí la enseñanza fue su principal medio de vida: en el colegio Santa Marta impartió clases de Gramáti­ca y de Literatura Francesa, y en el Villegas, enseñó Literatura, ade­más creo una cátedra de oratoria.

Ante la exigencia del Gobier­no despótico de Guzmán Blanco de que se doblegara a sus designios o abandonara Venezuela, Martí dejó el país y se instaló en Nueva York.

Tal vez el magisterio más crea­tivo y enciclopédico de Martí fue­ron sus clases gratuitas a los tra­bajadores en la Sociedad Protec­tora de Instrucción La Liga, que vio la luz en esa ciudad en enero de 1890. Las impartía de noche, cuan­do concluía las que le procuraban el sustento. No solo daba instruc­ción sino formaba conciencias. Se ha afirmado con razón que fue el primer eslabón en la cadena revo­lucionaria que se forjaba bajo su dirección.

 

Educador de pueblos

Un inestimable servicio a la inde­pendencia económica y política de Latinoamérica le prestó José Martí ante dos eventos convocados por el imperio con fines hegemónicos: la primera Conferencia Internacio­nal Americana, que se efectuó del 2 de octubre de 1889 al 19 de abril de 1890, y la Conferencia Moneta­ria de las Repúblicas de América del 7 de enero al 8 de abril de 1891.

En la primera, Martí realizó una intensa labor periodística y de traducción a través de diversos medios de prensa como el argentino La Nación. Su propósito era romper las barreras idiomáticas de mane­ra que se conocieran en detalles los peligros de una alianza tan estre­cha con Estados Unidos y se esforzó por convencer a sus colegas lati­noamericanos de que no cedieran a los designios estadounidenses.

En la segunda conferencia José Martí asistió como cónsul de Uruguay, participó activamente en las ocho sesiones de debates y de­sarrolló una intensa reflexión en las diferentes comisiones.

Como señaló el investigador Pedro Pablo Rodríguez: “Uruguay vibró por la palabra del cubano, quien interpuso su talento, su ca­pacidad negociadora y de conven­cimiento para echar por tierra el intento de la naciente potencia im­perial de conducir a Nuestra Amé­rica en pos de sus intereses hege­mónicos”.

Después de esta experiencia renunció a sus labores diplomáti­cas. Echó a un lado la posibilidad de contar con la estabilidad econó­mica que le podían ofrecer dichos cargos para cumplir con su deber, que como le escribió a su madre es­taba allí donde era más útil. Como líder indiscutible de la nueva lid independentista se dedicó por en­tero a esa causa, convencido de que con la libertad de las Antillas se salvaría la independencia de Nuestra América. Ese fue su ma­yor trabajo, una obra colosal que acometió con la misma dedicación, humildad y responsabilidad que lo caracterizaron siempre.

“Yo alzaré el mundo —escri­bió—. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado”.

*El título fue extraído del poema de José Martí Carta rimada a Enrique Estrázulas.

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