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La reina viste de judogi

Hace un tiempo que Idalys Ortiz compite contra ella misma, en el eterno combate por mantenerse a la altura de una carrera que le ha valido para colgarse la etiqueta de leyenda.

 


Aunque a veces parezca que no, siempre puede. Lo demostró en los Juegos Olímpicos Beijing 2008 con sus más de 78 kilogramos metidos en un cuerpo de 18 añitos. Idalys siendo Idalys, llevándose un metal bronceado para iniciar la saga de sus cuatro medallas olímpicas, saga que tuvo su última parte en Tokio.

Allí lo logró de nuevo, contra la adversidad, enfrentando las reservas de quienes pensaban que se despediría pronto. Ni el paso indetenible del tiempo, ni una pandemia que puso el mundo patas arriba, fueron capaces de derribar los deseos de una cubana de 32 años que en realidad peleaba por amor, porque ya lo tenía todo: dos títulos mundiales (Río de Janeiro 2013 y Chelyabinsk 2014), cuatro medallas olímpicas, incluida la de oro en Londres 2012, y cuatro cetros de citas continentales al hilo (Guadalajara 2011, Toronto 2015, Lima 2019 y Santiago de Chile 2023).

En Tokio solo se le interpuso en el camino la nipona Akira Sone, y su cuarta medalla olímpica fue de plata, como en Río 2016. Otro podio, y camino por andar para dejar huella en Chile con una cuarta corona panamericana e igualar las hazañas de un mito como Driulis González.

Con semejante trayectoria, ¿quién puede atreverse a dudar de ella, de su resiliencia? Ahora se acerca París, junto con la posibilidad de una quinta presea, de incluirse en el mismo club que Teddy Rinner y Ryoko Tani.

Es cierto que no es la Idalys de Beijing, ni la de Londres, incluso no es la de Tokio. Pero sigue siendo esa guerrera forjada por Ronaldo Veitía, esa cubana a la que le van los retos y que en cada salida debe afrontar su combate más difícil, contra adversarios que trascienden el tatami: los 34 años, la historia y su propia leyenda.

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