Abogado exitoso, terrateniente, amante de la música, la poesía, aficionado a la esgrima, la natación y el ajedrez, fue Céspedes un destacado promotor cultural a través de la Sociedad Filarmónica y otros espacios en su ciudad natal.
Pocos en su entorno social podrían sospechar que este bayamés acomodado y de personalidad polifacética —de cuyo nacimiento se cumplen este 18 de abril 205 años—, iba a convertirse en el iniciador de una guerra para conquistar la libertad de Cuba del dominio colonial de España.
Sin embargo, pronto las autoridades coloniales lo pusieron en vigilancia por considerarlo desafecto a la metrópoli. No se habla lo suficiente de las persecuciones, detenciones y prisión que padeció desde 1851. Pasó a residir posteriormente a Manzanillo, donde compró el ingenio Demajagua, que sería cuna de su gran gesto patriótico del 10 de octubre de 1868.
En los estudios históricos cubanos se ha reconstruido el proceso conspirativo y las diferencias entre los grupos participantes, en cuanto a concebir las formas y el momento de la sublevación. Céspedes defendía la inmediatez del pronunciamiento, en lo cual es importante entender su sentido del momento histórico. Cuando en España se desarrollaba la llamada Revolución de Septiembre, que destronó a Isabel II, y en Puerto Rico se preparaba lo que fue el Grito de Lares, se vivía un momento favorable para el pronunciamiento en Cuba, además de la maduración de las condiciones propias.
Tales ideas se pueden de alguna manera encontrar en sus palabras en una reunión de conspiradores: “La hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!”.
Después de la declaración de independencia del 10 de octubre, el otorgamiento de la libertad a sus esclavos y el desarrollo de los acontecimientos hasta llegar a la Asamblea de Guáimaro, se conocen muchas contradicciones entre el presidente Céspedes y la Asamblea de Representantes, pues había concepciones muy diferentes acerca de cómo debía ser la dirección de la Revolución, los mandos militares y otros aspectos.
Sobre este asunto, José Martí reflexionó en sus Cuadernos de apuntes: “Él tenía un fin rápido, único: la independencia de la patria. La Cámara tenía otro: lo que será el país después de la independencia. Los dos tenían razón; pero, en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente”. El Apóstol describió aquel ambiente de contradicciones con palabras de Céspedes: “Entre los sacrificios que me ha impuesto la Revolución el más doloroso para mí ha sido el sacrificio de mi carácter”, y añadía Martí: “Esto es, dominó lo que nadie domina”.
El iniciador se convirtió muy pronto en un gran símbolo, en lo cual tiene un lugar fundamental su condición de haber sido el primero en proclamar la independencia, pero también las contradicciones que enfrentó en la dirección, su deposición y hasta su muerte en combate cuando quedó solo y sin protección.
No obstante tales dificultades, Céspedes se mantuvo siempre del lado de la independencia y su reacción ante la prisión de su hijo Oscar y el ofrecimiento de las autoridades españolas de respetarle la vida si deponía las armas ha permanecido como ejemplo supremo de patriotismo. Su respuesta de que “Oscar no es mi único hijo, lo son todos los cubanos que mueren por las libertades patrias”, está arraigada en la memoria de los cubanos.
Al término de la dominación española, en 1899, el semanario ilustrado El Fígaro realizó una encuesta para determinar la estatua que debía ponerse en el Parque Central. La solicitud de propuestas dirigida a personalidades dio algunas sorpresas. El más propuesto fue Martí, pero en segundo lugar estaba Céspedes. Dentro de los que lo propusieron estaba su gran oponente de la contienda de los Diez Años, Salvador Cisneros Betancourt, quien lo consideró el primero en todo lo grande y dijo que votaba por una estatua “del atrevido, intrépido y gran patriota”