Me viene a la mente la conmovedora descripción que realizó Eusebio Leal sobre la muerte de Céspedes en San Lorenzo: “(…) muchos lloraron por aquel caballero extraño que compartía por doquier sus escasísimos bienes personales, con la misma serenidad con que una vez, siendo señor de vidas y haciendas, había optado por la vocación infinitamente superior de revolucionario”.
Pienso también en quien Martí calificó como “el millonario heroico”: Francisco Vicente Aguilera, uno de los hombres más ricos del país que tuvo un papel protagónico en la batalla por la independencia y murió en la más absoluta miseria en Nueva York, sin haber cejado en el empeño por traer refuerzos a la batalla que se libraba en Cuba.
Del Apóstol se conoce que tal era su dedicación a la causa de la libertad que se olvidaba de sí mismo, de ahí su humildísima apariencia: zapatos remendados, ropas zurcidas… en contraste con su grandeza intelectual y política. Gómez lo convenció de que así no debía venir a pelear por su tierra y lo llevó a un sastre amigo quien le hizo el modesto traje oscuro, que vestía cuando cayó en Dos Ríos.
En los años cincuenta del pasado siglo, en medio de un panorama político donde el robo, la corrupción y el soborno de conciencias se habían convertido en práctica cotidiana, los futuros moncadistas, en su mayoría de extracción humilde, dieron ejemplares muestras de honradez y entrega desinteresada a la causa de su pueblo.
Antes de partir del exilio mexicano Fidel se vio obligado a responder públicamente a las infames calumnias que se lanzaban contra ellos y recalcó: “Hoy somos columnas morales de la patria y, como columnas, nos desplomaremos antes que doblegarnos”.
De esa cantera heroica, enriquecida con la lucha insurreccional hasta conquistar la victoria, saldrían los primeros cuadros de la Revolución.
El Che calificó al cuadro como la pieza maestra del motor ideológico que es el Partido (…) “no es un simple trasmisor hacia arriba o hacia abajo de lemas o demandas, sino un creador que ayudará al desarrollo de las masas y a la información de los dirigentes, sirviendo de punto de contacto con aquéllas. Tiene una importante misión de vigilancia para que no se liquide el gran espíritu de la Revolución, para que ésta no duerma, no disminuya su ritmo”.
Se refirió a los que habían triunfado plenamente y a los que habían quedado a mitad del camino, los que se perdieron en el laberinto burocrático o en las tentaciones derivadas de su alta posición.
Es tremendo el poder que tiene un dirigente cuando goza de la confianza de las masas, cuando confían en su capacidad, expresó Fidel en la Universidad de La Habana el 17 de noviembre del año 2005 y calificó de terribles las consecuencias de un error de los de más autoridad.
En esa misma intervención el Comandante en Jefe sorprendió a todos cuando preguntó: “¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario?, ¿cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario?”.
La corrupción es como el cáncer que si hace metástasis destruye al organismo en que se aloja, en el caso de nuestro proyecto social es capaz de ir minándolo por dentro porque, además de perjudicar al Estado, atenta contra los valores que lo sustentan: la honestidad, la honradez, la dignidad, la laboriosidad, la solidaridad… y crea dudas, desconfianza, confusión, desaliento.
El cuadro corrupto se aparta de su deber para escoger el lado donde se vive mejor, se olvida de su misión de vigilancia del gran espíritu de la Revolución de la que habló el Che y le hace un servicio al enemigo cuando hunde un artero puñal en el tejido social de una nación que creyó en él como uno de los que ayudaría a sortear las dificultades.
A pesar de la acción ponzoñosa de esos personajes, son el pueblo y los trabajadores quienes pueden evitar que el proceso revolucionario sea reversible, mediante su compromiso con la obra de todos y reforzando en cada lugar los controles y la vigilancia para arrancar de raíz cualquier atisbo de delito y corrupción, males que se dan la mano.
Muchos recordarán cómo entre los intentos por denigrar a los dirigentes de la Revolución, la revista Forbes incluyó a Fidel como uno de los personajes más ricos del mundo. No se percató de que su riqueza no se podía medir en billetes ni encerrarse en cajas fuertes porque radicaba en la infinita confianza de sus compatriotas en su liderazgo.
Su legado sirve de guía a los cuadros que están comprometidos con el presente y futuro de la nación, a quienes les toca actuar como columnas morales de la patria, sin doblegarse jamás.