“Buena cubana y buena guantanamera, excelente amiga y hermana y revolucionaria cabal; siempre me está criticando ―para bien―, siempre me está poniendo en jaque y moviendo el pensamiento y los sentimientos; tiene la virtud de que siempre está proponiendo, incluso en los momentos en que queremos coger unos instantes para descansar y estar en familia.
Es imposible encontrarse con Arleen un domingo por la tarde en casa y que ella no busque el momento para hablar de trabajo; ella es una buena persona, una muy buena persona”, dijo de ella el Presidente Miguel Díaz Canel Bermúdez poco antes de entregarle el jueves último en el Memorial José Martí el diploma que la acredita como Premio Nacional de Periodismo José Martí por la Obra de la Vida en este 2024.
Entonces sonriente, distendida, se fue al podio a decir unas palabras, que según ella misma no debía pronunciar luego de escuchar el hermoso halago del jurado, “porque ya todo estaba dicho”.
Poco a poco sus palabras de agradecimiento fueron adquiriendo una dimensión superior y adornadas por su creciente apego a José Martí desde que siendo una niña aprendió de memoria la hermosísima carta del Apóstol a su amigo Manuel Mercado aquel 25 de marzo en vísperas de un largo viaje. “Es que me trae a mi madre de vuelta”; dijo ella refiriéndose a las palabras de Martí sobre Doña Leonor.
Es tanto lo que le deleita Martí que lo considera su biblia, y confiesa que es el único intelectual, junto a García Márquez, que ha podido sacarla a flote de alguna trance de baja creativa que pudo haberla asaltado en sus largos 42 años de ejercicio periodístico. “Lo leo y la inspiración brota”, refirió.
Con Arleen recorrimos innumerables peripecias de su quehacer, de la pasión por el periodismo que le naciera en Juventud Rebelde, periódico que la tuvo bisoña una vez graduada y que dirigiera años después. “Su segundo hogar y su mayor escuela”.
Al conocer del premio que se le otorgaba ―que para muchos debió ser hace no poco tiempo― dijo que en quienes primero pensó fue en aquellos colegas que lo merecieron, en los que murieron sin recibirlo y se permitió compartir el lauro con todos aquellos que según ella, saben que les tocaba primero.
Parafraseando entonces al Maestro reveló una verdad muy personal al afirmar que solo la luz es comparable a su felicidad cuando piensa en el periodismo.
Es que Arleen es eso, todo periodismo, demostrado también en Haciendo Radio, la Revista Tricontinental, la Mesa Redonda y en otros muchos medios.
En ella sobresale su profesionalismo y su calidad humana, pues no se puede ser buen periodista si primero no se es buena persona.