Varios ómnibus van llegando a distintos puntos o fincas de la llanura pinareña, en el extremo occidental de Cuba. Llevan a pasajeros especiales, muchos repiten y no se aburren: todos son amantes o cómo se les dice ahora fans del tabaco, la mayoría fumadores de mucha experiencia, algunos pueden distinguir hasta los sabores en un puro.
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Es una jornada tradicional del Festival del Habano, que en su edición 24, pasa por alto los desvelos de la primera noche o Cena de Bienvenida para amanecer en el campo, sentir aún el rocío que cae sobre su pie y olfatear al mejor tabaco del mundo.
Ayer alguien me dijo, un novato casi seguro, que ya el tabaco de Cuba no es el mejor, porque la producción ha disminuido debido a los inconvenientes que la crisis económica vomita sobre las plantaciones: faltan combustibles, abonos, plaguicidas, a veces hasta fuerza de trabajo.
Lo que no falta, ni puede faltar es calidad. Para igualar al tabaco cubano habría que sembrar hombres, suelos y medio ambiente en algún otro lugar del mundo. Mientras no ocurra o no se logre a pura naturaleza, el cubano seguirá siendo un producto único.
Y sobre esa base crecen los amantes, las demandas, lo que ha permitido un crecimiento del 31 % de las ventas en el 2023 comparado con el año anterior, que superan los 720 millones de dólares. Una muy buena noticia anunciada ayer en conferencia de prensa.