¿Quién no ha presenciado en un centro laboral una “conversación” a gritos entre compañeros de trabajos que disienten sobre algún asunto o una respuesta tosca, casi irrespetuosa y muchas veces carente de educación entre ellos mismos o subordinados y jefes?
Así no pocos responden –respondemos– ante una razón con la que no concordamos, pero no sabemos qué decir. Pues sí, hasta en la era posmoderno de comunicación se trasladan los peores vicios de la comunicación malsana.
Y sí, es más fácil compartir halago con la persona con la que a diario tenemos que trabajar, un aplauso para los logros del amigo o una sonrisa para las buenas noticias siempre que seamos amables y considerados con los que decidimos compartir nuestro día a día en el entorno laboral.
Entonces, si sentimos la necesidad de ser mejores, de mantener un entorno laboral saludable, al igual que nuestras relaciones, cuidemos la forma en la que nos expresamos porque una palabra mal dicha puede deformar el contenido de una conversación.
Digamos lo que deba ser dicho con claridad, dejemos de lado la apatía y la vagancia lingüística, en nuestro hermoso español sobran las palabras más positivas que podamos entregar.
Es que nada sustituye a la vieja palabra dicha directamente a la cara, con la tranquilidad, respeto y franqueza que podemos divergir o acordar sobre cualquier tema. Estamos todos de acuerdo que en nuestros colectivos laborales debemos valorar a los seres humanos más allá de la raza, profesión u oficio.
En ese quehacer los dirigentes sindicales desde la base juegan un rol esencial en la búsqueda de métodos y buenas prácticas para satisfacer las necesidades de quienes esperan soluciones que les permitan sostener su vida laboral con el orgullo de identificarse y sentir que aporta sociedad.