En la madrugada del 16 de febrero de 1959 Fidel llamó por teléfono al secretario del Consejo de Ministros y lo citó para el entonces hotel Habana Hilton, donde en ese momento se alojaba el Comandante en Jefe. Este debía presentarse a las seis de la tarde de ese día en el Palacio Presidencial para asumir el cargo de Primer Ministro y le preguntó al secretario: “¿Tengo que quitarme el uniforme?”. A lo que el aludido le respondió que no sabía, pero le recordó las opiniones que primaban en América Latina sobre los militares como jefes de gobierno. A este argumento Fidel replicó: “¡Ah, no, no; este uniforme y estas barbas significan la rebeldía de la Sierra Maestra y de nuestra Revolución y no me las quito de ningún modo, búsquense otro Primer Ministro!”.
Conciliador, el secretario le explicó que en relación con el uniforme no habría ninguna dificultad pues por decreto presidencial se podía autorizar a los miembros del Ejército Rebelde que estuvieran desempeñando cargos públicos que vistieran el uniforme verde olivo con las insignias de sus grados, como después se hizo en la primera sesión del Consejo de Ministros.
A la hora prevista Fidel se presentó en Palacio. Tenía entonces 32 años. El acto de toma de posesión fue transmitido por radio y televisión. “Paradójicamente —dijo— en los instantes en que recibo este honor de ponerme al frente del Consejo de Ministros, no experimento sino una honda preocupación por la responsabilidad que se ha puesto sobre mis hombros, por la seriedad y la devoción que siempre he puesto en el cumplimiento del deber.
“(…) lo que me interesa es que la Revolución vaya adelante, lo que me interesa es que el pueblo no resulte defraudado”, enfatizó.
Fidel reconoció su impaciencia ante el cúmulo de transformaciones a realizar y de compromisos a cumplir, y entre ellos expresó: “Sufro cuando pienso en el sacrificio que les hemos pedido a los trabajadores a quienes les hemos dicho: ‘Sacrifiquen todas las demandas por salvar la zafra, sacrifiquen todas las demandas por salvar la Revolución. Esperen, tengan confianza en nosotros’. Y sufro pensando, impaciente, en que llegue la oportunidad de demostrarles nuestra lealtad, de demostrarles la gratitud de la nación por los sacrificios que están haciendo hoy”.
Insistió en que los trabajadores y los campesinos estaban muy presentes y que en breve se aplicaría la Reforma Agraria.
Concluida la toma de posesión, el Consejo de Ministros se reunió en sesión extraordinaria y desde ese mismo momento se hizo sentir el empuje del Comandante en Jefe al aprobarse leyes y disposiciones trascendentales para la nación.
Al día siguiente, 17 de febrero, se efectuó en el edificio del Tribunal de Cuentas una reunión ampliada del Consejo de Ministros en la que participaron los titulares de todas las carteras, dirigentes obreros, jefes del Ejército Rebelde y coordinadores del Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Antonio Núñez Jiménez asistió en representación del Che que se encontraba hospitalizado y reseñó así las palabras de Fidel:
“Hay un hecho innegable: el gobierno luce como amarrado, como atrasado en la realización del programa revolucionario. Ustedes saben que eso fue lo que determinó mi presencia en el Consejo de Ministros. Yo hubiera preferido mantenerme de reserva, pero ese poder de que hablaba la gente, yo por un lado y el Consejo por otro, dificultaba tremendamente las tareas a seguir. El aparato estatal tiene que avanzar, tiene que normalizar sus funciones. De ahí que estudiemos los planes de coordinación. No pueden andar cada uno por su lado: el ejército, los ministros y el movimiento obrero. Todos los factores deben actuar de consuno para que el pueblo vea los frutos de la Revolución”.