Me es difícil adjetivar esta situación si pretendo no ser hiriente con algunos. Me sucede a diario y eso no es bueno. Se te queda atorada en la garganta y en la mente una sensación punzante que te acompaña y no logras desterrar. Más si lacera la carne de los tuyos.
Con este nivel de inflación y subidas galopantes de precios, ¿cómo proteges a los jubilados?
Sí, ya sé, saltarán algunos que dirán que existen mecanismos legales que resguardan a los más desfavorecidos y algunas cosas más a las que se tienen derecho de acción y respuesta.
Es cierto, tienen ciertas dosis de razón, pero con los pies en la tierra y la mano en el corazón le digo que la historia va más allá.
Tengo dos jubilados en la familia y mes tras mes tienen que hacer más que malabares económicos para salir adelante (les apoyamos en casa). Laboraron toda una vida y esperaron que su retiro les diera al menos para no preocuparse por lo elemental en materia de sobrevivencia alimentaria. Lastimosamente no es así.
Me temo que lo anteriormente expuesto pudiera acercar a más de un lector, que padece esta situación en su entorno familiar o social. Mi propósito no es revisitar los malos ratos que viven miles de jubilados y pensionados en la actualidad, pues solo ellos, desde su soledad o acompañados por familiares o amigos, son los esforzados protagonistas de una cotidianidad aplastante.
Tener una mirada más terrenal y apegada a la realidad que viven permitirá a quienes tienen poder de decisión mejorarles su bienestar. No soy un experto en sociología y mis tímidos conocimientos de economía se limitan al tenso contexto que vivo.
Solo alzo mi voz para recordar algo vivo y que goza de “buena salud”. Existe un mal que hace un tiempo pervive entre nosotros devorando algunas virtudes de nuestra humanidad.
Un buen puñado de imágenes diarias ilustran lo anterior y taladran el cerebro de quienes las apreciamos con la voluntad de superarlas. Desterrarlas para siempre está entre el decir, sepultar el silencio y ¡actuar!