Este sábado fue el primero que entró al terreno y el último en salir. Subió a la lomita, se quitó la gorra y pidió al cielo con sus manos en forma de corazón, como si su esposa recién fallecida lo estuviera mirando orgullosa por lo que había decidido hacer: lanzar y ganar, jugar y amar. Erlis se enjuagó las lágrimas, pidió una pelota y comenzó el calentamiento.
Ahí mismo llegó el primer aplauso en el estadio 26 de Julio de Artemisa para el número 52. Iba en esas palmas el agradecimiento de vestir de blanco y rojo para honrar a la madre de sus dos hijos con una actuación impresionante, no solo por la victoria 3-2 sobre Matanzas en la final de la Liga Élite, sino por esa entrega y coraje que dejó en el box en cada envío, en cada out, en cada entrada.
Erlis Casanova lanzó este 20 de enero uno de esos partidos en que el dolor, la emoción y la vergüenza deportiva se unen y triunfan por encima de cualquier hit, error o mal corrido de las bases. Ponía la recta donde quería, cruzaba a los mejores bateadores con un rompimiento (tenedor) aterrador del centro hacia abajo y salió de los dos entuertos del partido sin susto: en el primer inning con un doble play; en el octavo con un fly al jardín derecho tras soportar las dos únicas rayitas del encuentro.
Sus compañeros le dieron ventaja bien temprano (hit de Frederich Cepeda en el primero para impulsar una) y en el séptimo le ampliaron con dos la pizarra para que los últimos seis outs no resultaran tan estresante para el hijo de Luis Giraldo, que desde la casa lo siguió todo el tiempo con el regocijo de haber sembrado un hijo valiente, fuerte y sensible como él.
Cuando muchos pensaron que había sobre cumplido ya su labor y la tarde fresca se empeñaba en nublarse, le pidió al director Yulieski González que lo dejara terminar el desafío, algo que va siendo rareza cada vez más en el béisbol moderno. Claro, este pedido no era un pedido más.
Erlis quería cumplir con Susana Ortiz Crespo, a quien el cáncer se la arrebató temprano cuando la familia más viva estaba. Salió en el noveno inning y con apenas ocho envíos sentenció el éxito. El coro de su nombre por miles de aficionados era inspiración y recompensa. Mantenía la misma calma y el mismo control, aunque por dentro iba lleno de deseos de un abrazo, de ese beso que ya no tendría como siempre cada vez que llegaba a la casa con una victoria.
Al caer el último out se volvió a quitar la gorra y pidió al cielo con sus manos en forma de corazón. No pudo contener el llanto y sus amigos más cercanos no le faltaron con sus brazos en el pecho y a su cuello. Aunque eran rivales ahora, Noelvis Entenza y Frank Luis Medina fueron los primeros. Luego el propio Yulieski González. Todos suspiraron entre la tristeza irreparable y el aliento a la vida que más necesita un ser humano en momentos como este.
Erlis pidió no enfrentar a las cámaras en la conferencia de prensa porque temía la traición de su corazón. El periodista tampoco tuvo el valor de hacerle ninguna pregunta porque no cabía otra huella en su crónica que la vivida.
Hoy no hay descripción de jugadas, ni moralejas ni comentarios técnicos. Erlis Casanova escribió con un toque diferente y especial estas líneas. Amar sobre el box había sido el secreto. Y lo hizo. Y el béisbol cubano lo agradeció.