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Coronel Fonseca: héroe de los servicios médicos

Algunos datos de su biografía parecerían indicar a un veterano apasionado por la medicina, pausado en su andar y apacible en su hablar, pero contrario a ello, encontré un octogenario nada común, carismático, decidor de “malas palabras”, sanguíneo si de política y su partido comunista se trata, con envidiable memoria y pródiga y a veces exultante historia personal, cargada de anécdotas dignas de mayores empeños literarios.

 

 

Médico de profesión, Pedro Roberto Rodríguez Fonseca es su nombre real, pero la mayoría de las personas lo llaman Coronel Fonseca, lo que no le disgusta, incluso hoy, tras su jubilación. “El apellido de mamá prevalece, lo que fastidiaba mucho a papá, quien se preguntaba con picardía si él no había puesto nada”, bromea.

Nació en cuna sin dobleces económicas allá en Blanquizal, a pocos kilómetros de Manzanillo, donde el abuelo poseía una finca de unas 15 caballerías con una valla de gallos, y su padre algunos negocios.

Eran tiempos en que el abuelo le llamaba Patiti, el mismo apelativo del gallito más famoso del estanco familiar, y ganador entre otras de una célebre pelea ―por 7 mil dólares― contra un brioso animal perteneciente nada menos que a Genovevo Pérez Dámera, jefe del Ejército en el gobierno de Grau San Martín.

Terminó su educación primaria con 11 años, pero se necesitaban 12 para entrar en el Instituto de Segunda Enseñanza y para que no perdiera un curso su padre lo reinscribió en la notaria aduciendo errores en la inscripción. “A partir de ahí siempre, en todo, yo aparecía con un año más, menos cuando me procesaron para el Partido. ¡Al Partido no me dio la gana de mentirle!”

 

 

Al llegar al Instituto de Segunda Enseñanza le inició el ronroneo por las ideas sociales de avanzada, tanto que con el Golpe de Estado de Batista en 1952 participó en la toma del centro y junto a otros fue detenido. “A partir de ahí ―dice― sentí que debía unirme más decididamente a la Revolución. Me consagró el asalto al Moncada y desde entonces viví por ella. Nada de charlatanería. Así lo creo.”

Durante su graduación de bachillerato y delante de todos los alumnos de quinto año, “se llevó” ―como se decía entonces― a quien sería su primera esposa, algo que hoy podría parecer una acción rocambolesca, mucho más porque fueron dos parejas las protagonistas. El hecho constituyó, sin dudas, un escándalo en Manzanillo.

“Al día siguiente nos casamos y junto a su familia y la mía nos fuimos de fiesta y entonces sus padres nos confesaron que tenían pensado casarnos antes de venir ambos para La Habana a estudiar medicina. “Nada, nos adelantamos”, hoy asegura risueño.

En época de la dictadura de Fulgencio Batista dirigió una pequeña Célula del M-26 de Julio y estuvo preso cinco veces, una de ellas en manos del asesino Esteban Ventura Novo.

Entonces intentó quitarse la vida con un crucifijo que había arrancado del sarcófago de su abuela fallecida y que siempre llevaba en su bolsillo, “aunque no tenía, ni tengo, credo religioso alguno”, refiere.

“El crucifijo no tenía ningún filo y con fuerza me lo enterré en el brazo. !Lo que son las cosas! Hasta un sargento que nos vigilaba auxilió para salvarme la vida en el Hospital de Emergencias, cerca de la Quinta Estación, donde yo, preso, esperaba la muerte. “Pero no delaté a nadie. ¿Cómo me paraba ante mis padres si por culpa mía mataban a mi hermano, quien estaba en mi célula?

Poco después fue trasladado a la prisión habanera del Príncipe, y luego, por gestiones familiares, marchó al exilio en Ecuador dejando truncos sus estudios de medicina y donde lo sorprende el triunfo revolucionario de enero de 1959.

El 8 de ese mismo mes llega a Cuba y se va directamente a Manzanillo, a visitar a la familia. De inmediato lo integran, con grados de Teniente Fiscal, a los Tribunales Revolucionarios, con la tarea de juzgar a todos los criminales del gobierno anterior.

 

Médico fugaz

Comienza una nueva y ardua etapa en su vida, tan larga que aún no ha concluido. “Nos enfrascamos en la captura y procesamiento de esos odiados personajes. Teníamos que recopilar mucha información para no equivocarnos”.

Al terminar los juicios regresó a La Habana como jefe de la Sección Jurídica de Ciudad Libertad y del Hospital Carlos J. Finlay. A la vez continuó su estudios de medicina, “pero uniformado”, dice.

Durante la Crisis de Octubre tuvo la tarea de dislocar un hospital para atender los heridos en la contienda que se avecinaba. “Un hospital a nivel de División de Combate con 20 tiendas de campaña, que quedó muy bueno y a partir de ahí, por más de 30 años, laboré en los Servicios Médicos de las FAR.

Graduado en 1963, pronto abandonó sus sueños con estetoscopio y bisturí. Su tiempo de médico asistencial fue fugaz, al comprender que su puesto estaba en la dirección militar de los Servicios Médicos, cargo que ocupó en los Ejércitos Oriental y Occidental.

“En 1979, al día siguiente de mi ascenso a Coronel, me convoca a su despacho el Ministro de la FAR, compañero Raúl Castro Ruz. Le di las gracias por el ascenso y me dijo que nada de gracias, que en las FAR nada se regala, que esos grados yo me los había ganado.

“De momento me empieza a hablar de los problemas que tienen las FAR con el vestuario, que sabía que yo era médico y no sastre, pero que quería que me encargara de resolver todos los problemas de que me había hablado. Desde entonces fui Jefe de Vestuario de las Fuerzas Armadas Revolucionarias”.

Luego de tres años, pasa a la asesoría militar para garantizar el cumplimiento de los planes de la economía destinados a las FAR en tiempos de paz y de campaña. “Mi vínculo era la producción de la Industria Ligera dirigida a las Fuerzas Armadas”, recuerda.

A mediados de los años 90 llega al Ministerio de Salud Pública como Director Nacional de Servicios Básicos y Complementarios, pasa al Centro Latinoamericano de Medicina de Desastres y los últimos 10 años de su vida laboral en el hospital Cira García como Jefe del Departamento Dietético.

Tenía que ver con la calidad de los alimentos. Muchos problemas, pero me sentía realizado”.

El Coronel Fonseca, también

Especialista de Segundo Grado en Organización y Administración de Salud, ha impartido la docencia y ganado 25 condecoraciones, dos de ellas de carácter internacional. Pero no se acostumbra a la jubilación. “Voy al Cira García todas las semanas. Allí yo me sentía muy bien, como en las FAR”.

 

Se jubiló hace dos meses

“Teóricamente estaba jubilado desde hacía dos años, pero en la práctica seguí trabajando y me siguen llamando para disímiles tareas, lo que agradezco infinitamente”.

Epílogo

Héroe del Trabajo de la República de Cuba desde el 2023, en Fonseca también florece la modestia. Sus ideas así lo expresan: “Hay un montón de gente que ha hecho igual a más que yo y no son héroes. Yo creía que los Héroes eran personas muy distintas a los demás, pero no, somos gente común y corriente. Yo lo que siempre he hecho es trabajar, trabajar mucho”.
Este 14 de enero Fonseca cumplió 88 años. ¿Qué le resta por hacer? pregunté. “Escribir sobre mi vida, anécdotas de mi misión militar en Argelia, una de las cuatro que cumplí y adonde fui como médico de la tropa con solo 6 meses de graduado. Quizás sea útil”.

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