La fiesta del Treme
De Trivaldo González y García se podría decir casi cualquier cosa, pero nunca, jamás, que se perdiera un festejo de fin de año. Primero cambiaba de apodo y dejaba de llamarse Tremebundo —el Treme, para sus amistades más íntimas— que quedarse “solapeado” en su casa un día feriado.
Esta vez la jugada, bien que lo sabía el Treme, estaba apretada. La gente allegada, conocedora de su gorronería congénita, le puso condiciones a su participación en los jolgorios: tenía que llevar, aunque fuera los perritos del módulo, o el tubo de picadillo. Tranzaban, incluso, hasta con el detergente, para fregar los platos de la cena.
Pero el Treme ya no le quedaba ni el aceite del último ciclo, porque tuvo que emplearlo para aflojarse un taco de cerumen en un oído, cinco gotas cada ocho horas por siete días, como le recetaron en la consulta de otorrinolaringología del Hospital Calixto García.
Así que ni corto ni perezoso el Treme colgó un anuncio en Facebook desde mediados de diciembre: No pierda la oportunidad de invitarme a cenar en su casa este fin de año. Me porto bien, no lloro y me como toda la papa…
Empatizo rápidamente con los dramas de la familia anfitriona. Elogio a la cocinera o al cocinero. Bebo lo que halle. Me adapto a sus horarios y hasta me puedo acostar temprano. ¡Y todo lo hago absolutamente gratis!, escribió.
Y en Cuba, ustedes saben, la solidaridad no deja a nadie abandonado. Ni siquiera al Treme. Tuvo que hacer una programación con todas las ofertas que le hicieron: 24 y 25 de diciembre, 31, Primero, 2 y hasta el 3 de enero. Y de ese modo, sin comerla ni beberla; o mejor dicho, sin ponerla ni comprarla, todavía anda de fiesta el Treme.
PAQUITO