A modo de anécdota nuestro fotorreportero Agustín Borrego me comentaba que algunos años atrás conoció a un obrero que hacía maravillas con el cristal en el Taller Vitec, de Centro Habana.
Para gran sorpresa de mi compañero –y mía también- no podíamos imaginar que en el Centro de Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) entrevistábamos a un trabajador que al escuchar el relato sonrió y dijo: “ese que viste, soy yo”.
Así comenzó el diálogo con Amado Sáez Alvarez, tecnólogo en soplado de vidrio de laboratorio, especialidad con la cual ha sustituido importaciones mediante la reparación y fabricación de instrumentos como probetas, equipos de destilación y otra variada gama de dispositivos.
Reincorporado a su puesto de trabajo tras la jubilación en el 2012, le propongo hablar sobre algunas etapas de su vida y se remonta a la Campaña Nacional de Alfabetización en 1961. Tenía 16 años de edad cuando integró las brigadas de Maestros Patria o Muerte en las montañas del Caney de las Mercedes, por la zona de Bayate, en la actual provincia de Granma.
Atrás quedó su hogar en la barriada capitalina de San Leopoldo. “Soy habanero de pura cepa”, afirma jovialmente este hombre que llegó al mundo de las técnicas para procesar el cristal mediante un curso en el Instituto Cubano de Investigaciones de los Derivados de la Caña de Azúcar (ICIDCA).
“Allí fue donde aprendí. Unos profesores checos impartían clases. Vi cómo era el soplado de vidrio y me incorporé a un aprendizaje de seis meses”, rememora.
“Me enamoré de ese trabajo”, expresa jubiloso y habla de sus 80 años recién cumplidos y de haber conocido al Ché cuando visitaba al ICIDCA. “Al Guerrillero Heroico le entregué un nebulizador para el asma hecho por mi”, evoca entre sus más apreciadas vivencias de esa etapa.
Una frase popular afirma que “lo que bien se aprende, no se olvida”. En 1975 viajó a la antigua República Socialista de Checoslovaquia donde recibió un adiestramiento como operador de máquina para la elaboración de vidrio técnico de laboratorio, esmerilador y perforación de vidrio aforado, entre otras especialidades.
Años después, con la fundación del CIGB en 1986 formó parte de la hornada de trabajadores que arribó a la prestigiosa institución.
En su modesto taller enciende un mechero que lanza larga llamarada y explica: “la absoluta precisión al manipular el cristal, la agudeza visual en ese instante y un alto grado de paciencia son elementos decisivos. El movimiento de las manos también resulta clave. Ahí usted ve si esa persona va a ser vidriero o no”.
Hace una pausa, medita y luego recalca: “el vidriero nace. Más que un oficio, es un arte”.
En su valiosa hoja de servicios resaltan aportes como la fabricación de más de 50 balones para la inducción del interferón que no le vendían a Cuba, la construcción de un biodestilador utilizado en la obtención de agua libre de aminoácidos, la reparación de un embudo distribuidor de solvente cuya importación demoraría varios meses y paralizaría la purificación de determinadas sustancias, así como la confección de breakers para el análisis de grasa bruta en materias primas y piensos.
Entidades como el Centro Nacional de Investigaciones Científicas, Instituto Finlay, Centro de Ingeniería de Procesos, de la CUJAE, Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria y el Instituto de Investigaciones Avícolas, han estimado la alta contribución de Amado cuyos compañeros lo consideran indispensable, según señala Jovany Fi Pedroso, director de ingeniería del CIGB.
Ostenta, además, reconocimientos conferidos por la Anir y otras organizaciones.
“Me siento muy feliz con lo que he hecho”, manifiesta este maestro de varias generaciones de vidrieros y lamenta no tener continuidad de operarios en esta especialidad, “en la que todos los días hay algo diferente y no es fácil, por eso tiene que gustarte. Ese es el único secreto”.