Diciembre de 1958 fue un mes crucial en nuestra historia. Casi a diario, el avance arrollador del Ejército Rebelde liderado por su Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz amplificaba el mapa de las operaciones con resonantes victorias.
Aquellos hombres barbudos, hostigados por el hambre y el frío y que los partes de guerra emitidos por el gobierno llamaban despectivamente “forajidos” daban una implacable batida a las bien equipadas y entrenadas tropas de la dictadura de Fulgencio Batista cuyo apoyo logístico era financiado y suministrado por el gobierno de Estados Unidos.
En el oriente de la Isla las guarniciones del régimen se rendían ante el empuje de los cuatro frentes guerrilleros que controlaban casi la totalidad de esa región. En la última decena del mes se libraban cruentos combates en las localidades de Maffo, Puerto Padre, Songo la Maya, Contramaestre y Palma Soriano con lo cual se tendía un cerco a las puertas de la ciudad de Santiago de Cuba, la segunda capital del país y estratégica plaza militar.
En el centro del país las Columnas Invasoras número 2 Antonio Maceo y número 8 Ciro Redondo, dirigidas por los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara, respectivamente, desalojaban de sus posiciones a unidades de la dictadura en Fomento, Zulueta, Caibarién y Güinía de Miranda, entre otros enclaves, con el apoyo de los combatientes del Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Partido Socialista Popular.
Resonante triunfo obtuvieron las fuerzas dirigidas por Camilo Cienfuegos al lograr la rendición del cuartel de Yaguajay luego de tres días de intensa batalla.
Nada podía impedir la toma de la ciudad de Santa Clara por las guerrillas. De nada valió el envío hacia esa ciudad del denominado Tren blindado con fuertes pertrechos en armas y tropas, además de respaldo aéreo, al quedar descarrilado por la audaz acción de los hombres encabezados por el Ché.
En resumen: el empuje indetenible del Ejército Rebeldes, la participación de los grupos clandestinos en la ciudades y pueblos y la decadencia del gobierno, catalizaban el desplome de la tiranía.
Huyó el tirano
La capital del país mantenía una apariencia tranquila, mientras una consigna revolucionaria –03C- exhortaba a cero cena, ceno cine, cero cabaret. Era el apoyo moral a quienes en aquellos instantes ofrendaban sus vidas en pro de la esperanza.
Desde hacía varios días en los círculos gubernamentales y el alto mando de las fuerzas armadas se apreciaba desasosiego dado el rumbo que tomaban los hechos.
Como en etapas anteriores, desde Washington provenía el diseño del destino de Cuba. Esta vez el embajador norteamericano le recetó personalmente a Batista lo que debía hacer para abandonar el poder y ponerlo en manos de una junta militar y así impedir el triunfo de la Revolución. Era evidente que la Casa Blanca le daba la espalda al “hombre fuerte” que desde el 10 de marzo de 1952 implantó un régimen proimperialista, de crímenes y corrupción.
Habilidoso como lo demostró en diferentes momentos históricos, el tirano preparaba la fuga. Citó a una parte de sus seguidores y a los principales jefes del Estado Mayor Conjunto para recibir al nuevo año en el Campamento Militar de Columbia, en La Habana.
Todo estaba previsto. Y listo. “Señor Presidente, los jefes y oficiales del ejército consideramos que su renuncia contribuirá a restablecer la paz que tanto necesita el país”, expresaba sobrio el general Eulogio Cantillo Porras, jefe de operaciones antiguerrilleras.
Se abrió paso un complot contrarrevolucionario que estableció una junta militar-civil que otorgaba plenos poderes a Carlos M. Piedra -el magistrado de mayor edad en el Tribunal Supremo de Justicia- para asumir el papel de futuro presidente constitucional de la República.
Los allí presentes suscribieron un documento en el que solicitaban al mandatario que abandonara el cargo “apelando a su patriotismo y a su amor al pueblo”, como sínicamente planteaban.
Todo ocurrió precipitadamente. Una caravana de autos llevó a Batista con sus familiares al aeródromo aledaño a la fortaleza militar donde aguardaban cuatro aviones que los llevarían a República Dominicana Con él también huían connotados criminales y otros personajes siniestros. Era la madrugada del primero de enero de 1959.
Casi al amanecer, lo que en un inicio fue un susurro o una inesperada llamada telefónica dejó de ser un rumor que cortaba el bostezo soñoliento para convertirse en la noticia que corría de boca en boca acompañada de un estallido de júbilo popular cuando el pueblo exclamaba a viva voz: ¡Se fue Batista!.
Aquella frase llena de desbordante alegría significaba el fin de siete años de oprobiosa dictadura que enlutó y empobreció al país.
Al enterarse de los sucesos acaecidos en La Habana, Fidel actuó con firmeza. Huelga general fue la consigna lanzada desde Palma Soriano a través de la emisora Radio Rebelde ante el intento de escamotearle el triunfo a las armas rebeldes.
La clase obrera respondió de inmediato al llamado lo cual constituyó un elemento decisivo en la batalla final. Quedaba consolidada la victoria que condujo al triunfo de la Revolución Cubana. Llegaba así la justicia prometida y esperada.