Icono del sitio Trabajadores

Los que no vieron la victoria

Diciembre del año 1958. En el cuartel de Caibarién, se habían atrincherado los guardias del ejército batistiano y se negaban a entregar las armas a los revolucionarios.

 

El Vaquerito. | foto: Tomada del Centro Che

 

El Vaquerito conminó a la rendición al jefe en dos ocasiones sin que este aceptara. A la tercera vez el joven capitán rebelde entró sorpresivamente en el cuartel, se acostó en un colchón y le dijo al oficial enemigo que estaba cansado y le avisara cuando se decidiera a rendirse. Podían haberlo matado, sin embargo, el gesto temerario desmoralizó al enemigo y poco después sacaron bandera blanca.

Roberto Rodríguez Fernández era el nombre de aquel muchacho calificado por el Che como “uno de los más simpáticos y queridos personajes de nuestra guerra revolucionaria”.

Es conocido el origen del sobrenombre con que lo rebautizaron en la guerrilla: como estaba descalzo a su llegada al campamento rebelde, Celia le consiguió unas botas de tipo mexicano, grabadas, las únicas que le servían por su pequeña estatura, a lo que le agregó un gran sombrero guajiro.

El Vaquerito —escribió el Che— era extraordinariamente mentiroso, quizás nunca había sostenido una conversación donde no adornara tanto la verdad que era prácticamente irreconocible, pero en sus actividades, ya fuera como mensajero en los primeros tiempos, como soldado después, o jefe del pelotón suicida, el Vaquerito demostraba que la realidad y la fantasía para él no tenían fronteras determinadas y los mismos hechos que su mente ágil inventaba, los realizaba en el campo de combate; su arrojo extremo se había convertido en tema de leyenda cuando llegó el final de toda aquella epopeya que él no pudo ver.

Cayó mortalmente herido el 30 de diciembre, un día antes de la toma de Santa Clara. Tenía 23 años. “Me han matado cien hombres”, expresó consternado el comandante Guevara.

El Vaquerito le había confesado a sus compañeros de armas que su ilusión era entrar triunfante encima de un tanque de guerra en el campamento militar de Columbia, en La Habana y estudiar la carrera de Derecho como lo había hecho Fidel.

Muchos otros jóvenes pospusieron sus sueños para luchar por un porvenir mejor para su pueblo y no fueron pocos los que la muerte les impidió materializarlos. En la toma de Santa Clara cayeron en total 13 combatientes que contaban entre 21 y 25 años.

Menos conocido es Abelardo Pérez González, miembro de la Columna Invasora número 8 Ciro Redondo, quien perdió la vida también en esa acción. Tenía 14 años y sus armas eran cocteles molotov que lanzaban contra los tanques del adversario. La historia recoge un hecho deleznable: después de muerto los militares tomaron su cadáver, lo pusieron en el medio de la calle, y le pasaron con un tanque por encima.

En otros frentes de combate murieron en los últimos días de la guerra otros jóvenes, como el temerario sargento Sergio Eugenio Carbó Ricardo, Papiro, quien peleaba en Guanina el 31 de diciembre de 1958, última acción de la Columna 19 José Tey, del Segundo Frente Oriental Frank País cuando fue herido de gravedad. Evacuado en una ambulancia lo condujeron a un hospital en Marcané, pero falleció días después. En ese mismo combate cayó Mario Surí Terrero. Tenían 23 y 22 años, respectivamente.

Parte de una investigación realizada por el Doctor en Ciencias Históricas ya fallecido, Eugenio Suárez, relaciona cubanos caídos en diciembre del año 1958 en el enfrentamiento a la dictadura, y entre el 26 y el 31 de diciembre aparecen más de medio centenar de miembros del Ejército Rebelde muertos en combate contra el enemigo y de luchadores clandestinos asesinados.

En enero de 1959 hubiese cumplido 20 años el carpintero José Rodríguez Medina, activo colaborador del Movimiento 26 de Julio. Detenido y torturado, el 27 de diciembre, su cuerpo destrozado apareció en las afueras de La Habana. El integró una tenebrosa lista de víctimas de la saña de los criminales del batistato, algunas de las cuales nunca aparecieron.

Mencionarlos a todos es imposible, porque como expresa la canción Su nombre es pueblo. Del pueblo surgieron y a él se entregaron por entero. La voz emocionada de Sara González nos recuerda que no han muerto al final, porque viven allí donde haya un hombre presto a luchar, a continuar.

Compartir...
Salir de la versión móvil