Dariel Álvarez, pelotero camagüeyano con experiencia en Major League Baseball (MLB) y otros certámenes profesionales, se enteró en México por las redes sociales de que podía jugar ya en Cuba sin repatriarse. Como ninguna autoridad de la provincia donde nació lo contactó en el tiempo reglamentario, no pudo hacerlo con el equipo de los Toros; pero al empezar la Liga Élite pagó su boleto y viste hoy el uniforme de los Cocodrilos de Matanzas, junto a Rusney Castillo y Erisbel Arruebaruena, todos con aval en MLB.
En diciembre del año 2022, Yulieski Gurriel confesó a este redactor en Bahamas que uno de los deseos más grandes es traer a sus hijos a conocer el placer donde aprendió a jugar béisbol frente al edificio en que vivían sus padres en Sancti Spíritus. “Todos los días me preguntan: ‘Papá, ¿dónde fue que te hiciste pelotero?, ¿por qué no vamos allí?”.
Los méritos para la entrada de Antonio Pacheco al Salón de la Fama del Béisbol Cubano son indiscutibles, independientemente de haber decidido radicarse en Estados Unidos por mejoras económicas y decisión personal. El santiaguero ha regresado varias veces a su barrio natal y nunca ha concedido una entrevista por ética y respeto con sus seguidores.
Son apenas tres historias reales marcadas por la emigración deportiva, tema acentuado en los últimos años como resultado de la crisis económica que vivimos, aunque en términos cuantitativos es menor a otros sectores de la sociedad. Sin embargo, ellos tres y los nombres más recientes que podamos mencionar no escapan a un denominador común: llevan a Cuba tatuada en sus sentimientos.
Podios y luces; podios y sombras
La lista de deportistas que formados en nuestros centros desde las categorías infantiles han tomado el camino del éxodo (medallistas olímpicos y mundiales incluidos) no es privativo ya de peloteros, voleibolistas o boxeadores. En cualquier disciplina sucede y en ocasiones pone en aprietos a sus compañeros si se trata de un equipo en medio de un torneo internacional, en tanto a nivel individual también impacta, a la par que obliga a modificar propósitos competitivos en citas múltiples, continentales, olímpicas y mundiales.
Así sucedió este 2023, previo a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Salvador y los Juegos Panamericanos de Santiago de Chile. Y nadie puede asegurar que antes de los Juegos Olímpicos de París 2024 no nos golpee otra sangría de emigrados. Sin embargo, lo más preocupante, poco a poco, no va siendo ya cómo detenemos esas decisiones (que siempre será posible), sino qué tipo de relación debemos establecer con quienes decidan marchar a otra nación por economía y no por un divorcio con su familia, su pueblo y los amantes de su actuación, vivan donde vivan.
Para quienes olvidan o minimizan la historia de nuestro movimiento deportivo vale recordar que la Revolución cubana potenció la práctica masiva de la actividad física como ningún otro gobierno anterior. Creó algo tan vital como los Juegos Escolares Nacionales y todo un sistema piramidal de entrenamiento desde la categoría juvenil hasta el alto rendimiento. Además, construyó instalaciones para la actividad física en localidades que jamás lo pensaron, organizó eventos regionales, panamericanos y mundiales en más de 20 disciplinas; y nos colocó entre las 20 potencias del mundo.
Se puso alma, recursos y corazón para sostener ese movimiento, pues la publicidad y el dinero nunca fueron sus estandartes. Gracias al deporte, muchos hombres y mujeres han sido salvados de caer en un ambiente delictivo; se continúan sembrando valores humanos más allá de un contrato profesional; y varios atletas se convirtieron en símbolos y ejemplos de un país por el sacrificio, entrega y digna representación. Esas verdades hay que reconocerlas siempre.
Pero hoy son otros tiempos, aunque Cuba sigue en el pecho. Varias cosas han cambiado con un giro de 90 y 180 grados en cuanto a las condiciones de entrenamiento, formación de atletas y los recursos económicos destinados. Los deportistas son sostenes familiares y no les alcanza el salario o estipendio, como mismo sucede en otras profesiones. ¿Eso justifica el acto de quedarse en un país antes o después de competir en un certamen? Claro que no. Hay decenas de variables que inciden como cualquier fenómeno migratorio en el mundo.
En medio de este panorama hay quienes se quedan en Cuba y exigen igual respeto por su decisión, aunque los bolsillos no estén llenos de dinero como los de sus excompañeros de equipo. Ejemplos sobran, y la atención debiera ser mayor sobre todo cuando dejan el deporte activo. Ese espejo incide en los jóvenes y a veces hay responsabilidades individuales, familiares y colectivas en las enfermedades y el desamparo en que terminan algunos.
Cambiar en una carrera de fondo
El fenómeno de emigración deportiva implica también, para ser sincero, que muchos no terminan representando la nación escogida en ninguna cita deportiva, sino que se lanzan a trabajar en lo que aparezca. Sin embargo, hay otro grupo nada despreciable que sí continúa en la actividad física y después de años logran nacionalizarse y los descubrimos con el uniforme de esos países.
A tono con la política de acercamiento con quienes viven en el exterior, reafirmada en la IV Conferencia La Nación y la Emigración, nuestro movimiento deportivo va dando pasos al eliminar la repatriación para jugar en los campeonatos locales y hasta para asistir a eventos internacionales. La Serie Nacional de Béisbol, el Clásico Mundial y deportes como voleibol, baloncesto, balonmano, polo acuático, etc., así lo demuestran. No obstante, hay todavía eslabones sueltos. Quizás sea hora de disminuir las sanciones a quienes abandonaron una delegación a dos o tres años, sin dejarlo de considerar una indisciplina muy grave. Es imperioso ser más proactivos para convocar a quienes salieron legalmente y aunque jueguen en clubes o ligas profesionales sin el amparo de las federaciones nacionales respectivas, desean representar a Cuba y están dispuestos a participar en torneos clasificatorios a un evento múltiple o mundial. En atletismo, boxeo, lucha, judo, tiro deportivo, entre otras, hay varios casos. Extendamos la mano desde el deporte a quien se haya ido y quiera volver a representarnos (siempre que no sea terrorista o pida invasión a Cuba), viva en la luna o en marte.
Al final, esa es la normalidad de la actividad deportiva en el mundo. Nuestro sistema tenía otra cadena o hilo de triunfos, pero hoy necesita modificarse sin abandonar la siembra, que es la búsqueda del talento en edades infantiles, para lo cual hay que perfeccionar los métodos, pues ahí están incidiendo las desigualdades sociales de nuestra sociedad.
Tres historias y no son únicas
A Dariel Álvarez quizás muchos lo reconozcan hoy en los estadios y es una muestra de que probó el mundo profesional y regresó con nosotros sin tanta bulla. Que Yulieski Gurriel pueda enseñarles a sus hijos lo que tanto le piden, tras ocho años de sanción, será un hecho tanto o más importante para él que sus dos anillos en Series Mundiales. Si a Antonio Pacheco se le exalta al Salón de la Fama de nuestro béisbol solo estaríamos correspondiendo a su calidad y entrega como capitán de los equipos indómitos y Cuba.
Nada puede justificar este éxodo, pero tampoco nada lo detiene. El tema es inagotable. Duele a cuantiosas personas. Duele al pasado y al presente. Pero más dolerá hacia el futuro si no cambiamos en una carrera a fondo. Y no debemos hacerlo por el número de medallas o el lugar que alcancemos en un evento, sino por el ser humano que está detrás y que nunca renunció a tener tatuada a Cuba en su pie