Como cada 14 de diciembre, Cuba celebra el Día del Trabajador de la Cultura, una fecha que obliga a pensar mucho en la intelectualidad que queremos y que necesitamos.
No por gusto la efeméride remite al ejemplo de un poeta, cuyo cumpleaños 95 recordamos también hoy: Raúl Gómez García. Combatiente y mártir del Asalto al Cuartel Moncada, inmortalizó aquella gesta, incluso antes de que ocurriera, con su vibrante poema Ya estamos en combate.
Pero también es todo un símbolo que podamos hablar de trabajadores de la cultura. Nos remite al compromiso de quienes hacen arte en cualquiera de sus manifestaciones con las causas populares.
La historia de Cuba, desde sus guerras independentistas hasta la propia Revolución que triunfó el Primero de Enero de 1959, es la de una cultura mayoritariamente progresista, de defensa de la soberanía nacional y la justicia social.
El concepto martiano de que la libertad está en ser una persona culta nos lleva por ese camino que arrancó con la alfabetización y luego escaló los sucesivos peldaños de un país socialista que siempre ha pretendido masificar la cultura, y la ha defendido hasta en las condiciones económicas más difíciles.
No es posible entonces enmascarar el trabajo por la cultura con posturas de elites, ni con devaneos existenciales egoístas o lucrativos intereses financieros que jugueteen con los enemigos del pueblo cubano y de sus luchas patrióticas.
La libertad de crear no puede ser jamás la libertad de traicionar, porque ya no sería entonces trabajar por la cultura cubana, sino contra ella.
La defensa de la individualidad artística tampoco tiene que ser la del individualismo. Las obras culturales más originales y duraderas suelen ser las que interpretan mejor, aunque sean concebidas dentro de una torre de marfil, los designios de su época y los anhelos de su gente.
Quienes en Cuba batallan por las ideas, la espiritualidad, la belleza artística, deben hacerlo además en circunstancias muy difíciles. El arte, cuando es auténtico, previene, se adelanta, fustiga lo mal hecho, y también remedia, consuela y vierte un bálsamo reparador sobre la conciencia de sus públicos.
A la cultura, y a sus trabajadores, además, hay que escucharles y acompañarles en ese debate constante entre el arte real y la sociedad pretendida. No son discusiones fáciles, ni habrá soluciones mágicas, y por eso hay que felicitarles y agradecerles en su día, por hacernos la vida más bella.