La épica existencia de Antonio Maceo –el Titán de Bronce, como le llamamos los cubanos- y lo que sustenta su auténtica gloria de héroe podemos encontrarla en una afirmación de José Martí que sentencia: “Maceo fue feliz porque vino de león y de leona”.
Tan breves palabras recorren la dimensión del humilde arriero quien con 15 años de edad se incorporó a la lucha libertaria contra el colonialismo español y a los 23 ya llevaba las insignias de teniente coronel de las tropas insurrectas.
Luego, como prolongación de su coraje a toda prueba, ostentó el grado de Lugarteniente General del Ejército Libertador hasta su holocausto el 7 de diciembre de 1896, en el combate de San Pedro, en la localidad de Punta Brava, muy cerca de La Habana.
Una veintena de heridas en su anatomía fueron pruebas imborrables de las numerosas acciones en las que arriesgo su vida.
No cursó estudios en academias militares, sin embargo, combate tras combate fue acrecentando su genio como estratega al punto de enfrentar y aniquilar a experimentadas tropas españolas dirigidas por reconocidos jefes militares.
Fue mucho más allá. El general Antonio enlazó su talento de guerrero con profundas ideas políticas y un pensamiento antimperialista.
Esa fusión de virtudes no fue obra de la casualidad histórica; se debe a sus excepcionales condiciones y a su actitud en medio de las transformaciones revolucionarias que acontecían a través de la gesta libertadora.
Cuando tras diez años de guerra iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868, algunos compatriotas insurrectos dejaron a un lado el espíritu de lucha, Maceo y otros combatientes permanecieron sobre las armas, rechazaron de modo absoluto la propuesta española de una paz sin independencia y encabezó la histórica Protesta de Baraguá.
De igual a igual discutió con el general español Arsenio Martínez Campos – la máxima autoridad de la metrópoli europea en la Isla- los destinos de Cuba en aquel momento cuando proponía una paz sin independencia, Aquel acontecimiento trascendió a la historia como la Protesta de Baraguá y marcó para las ulteriores generaciones de cubanos la pauta de nuestra intransigencia revolucionaria.
La visión antimperialista de Antonio Maceo denunció los amagos expansionistas del gobierno norteamericano hacia la Mayor de Las Antillas.
Cuando supo que el Congreso de los Estados Unidos había reconocido la contienda independentista, el Titán de Bronce dejó clara su posición al expresar: “No me parece cosa de tanta importancia el reconocimiento oficial de nuestra beligerancia, que a su logro hayamos de enderezar nuestras gestiones en el extranjero, ni tan provechosa al porvenir de Cuba la intervención americana”.
A estas palabras añadía: “Creo más bien que el esfuerzo de los cubanos que trabajamos por la patria independiente encierra el secreto de nuestro definitivo triunfo”.
Nuestra existencia como nación independiente, soberana y socialista, nuestras fuerzas y nuestra resistencia están basadas en su legado y profunda pasión patriótica, revolucionaria y antimperialista: enormes y contundentes razones para evocar su memoria a 127 años de su caída en combate.