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Dignidad vs. barbarie

En el mismo momento en que se escuchaban las descargas de los disparos que les estaban arrancando la vida a los ocho estudiantes de Medicina, víctimas de la saña del Cuerpo de Voluntarios, el capitán del ejército español Nicolás Estévanez, que se encontraba en la Acera del Louvre, rompió su espada y arrancó los galones de su charretera en repudio a tan abominable crimen. Los trabajadores del hotel Inglaterra tuvieron que contenerlo, tal era su indignación.

 

 

En reconocimiento a ese digno gesto, en 1937 fue emplazada una tarja de bronce en el lugar donde se produjo el hecho y desde esa fecha el entonces historiador de la ciudad Emilio Roig de Leuchsenring promovió un acto homenaje que la Oficina del Historiador ha continuado hasta nuestros días.

Así, este 27 de noviembre, cuando estudiantes y pueblo acudan a la explanada de La Punta a rendir tributo a los ocho estudiantes asesinados, y en la Acera del Louvre se recuerde la acción solidaria de Estévanez, no debe faltar la recordación a los mártires abakuás que, en un gesto prácticamente suicida, trataron de salvar a los jóvenes y fueron cazados a tiros en los alrededores del lugar, como también a otros cinco negros, también ñáñigos que perdieron la vida en una protesta armada contra el brutal hecho.

Será recordado además el también capitán del Ejército español Federico Capdevila, el abogado defensor de los estudiantes, quien quebró su espada en público en rechazo a la arbitraria condena y se opuso a seguir sirviendo en las fuerzas armadas del colonialismo. “Mi obligación como español, mi sagrado deber como defensor, mi honra de caballero y mi pundonor como oficial, es proteger y amparar a los inocentes: lo son mis cuarenta y cinco defendidos”, fueron sus palabras.

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