La debilidad del movimiento sindical constituyó una preocupación de Fidel quien en varias intervenciones realizadas en el año 1970 se refirió a ello, cuando expresó que infortunadamente las organizaciones obreras se habían quedado rezagadas y reconoció críticamente la responsabilidad de la dirección política del país, no de manera consciente sino como resultado de cierto idealismo.
Se imponía entonces reconstruirlas y fortalecerlas y a esa labor se entregó con una dedicación sin límites Lázaro Peña. Con su vasta experiencia en estas lides no dudó en consultar a los trabajadores a la hora de rectificar errores, analizar asuntos medulares del escenario laboral y ponerse a la altura de las tareas que exigía el proceso revolucionario, sin dejarse intimidar por problemas complejos cuya solución no admitía espera.
A partir de unas tesis elaboradas de su puño y letra se efectuó en todo el país entre los meses de agosto y octubre de 1973 un proceso de análisis en asambleas en las que se aportaron miles de recomendaciones y sugerencias. La primera de estas reuniones que se desarrollaron durante largas horas, mientras alguien tuviera algo que decir, ocurrió en Cubana de Acero y la última en la fábrica de tabacos La Corona. En muchas estuvo Lázaro.
Fue, como él mismo señaló, la discusión “más extensa, democrática, profunda y aleccionadora del movimiento sindical cubano, movilizó a trabajadores de todas las labores y todo el país, elevó en sus sindicatos la conciencia del papel y la responsabilidad socialistas que le son inherentes, puso de relieve la fuerza educadora y unitaria que la práctica de la democracia genera y sobre todo mostró, una vez más, la fe en las orientaciones de la Revolución”.
Sobre este terreno se erigió el XIII Congreso de la CTC que se efectuó del 11 al 15 de noviembre de ese año, y estuvo presidido por el principio de retribución en el socialismo: de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo.
Entre los asuntos difíciles tratados tanto en las asambleas de discusión de las tesis como en el propio Congreso estuvo la Resolución 270 que consideraba la jubilación con el 100 % del salario. Otro tema complicado fue el salario histórico que solía ser superior a la plaza que el trabajador desempeñaba en ese momento. Eran medidas que representaban una carga para la economía del país y había que derogarlas, pero no se trataba de imponer acuerdos sino de aclarar conceptos para convencer.
Sobre la primera, Lázaro analizó que cuando se confeccionó tenía el propósito de beneficiar a los obreros con méritos extraordinarios. “Se empezaron a hacer las asambleas, proliferó la 270, en vez de ser para los que la merecían empezó a convertirse en una especie de Bando de Piedad en que la gente le tomaba lástima hasta el último”. Llegó a abarcar hasta entonces a medio millón de favorecidos. Reiteraba que no se trataba de discutir derechos sino simplemente que la 270 era insostenible. Finalmente los trabajadores aprobaron abolirla y solo la mantendrían los que ya se habían retirado bajo su amparo, y unido a ello se acordó no crear nuevos salarios históricos.
Otros muchos temas fueron objeto de debate en el Congreso, como la remuneración, la justicia y la disciplina laboral, la necesidad de que trabajadores y sindicalistas tuvieran conocimientos de la producción, los costos y la calidad; la emulación, el trabajo voluntario, la atención a las mujeres y los jóvenes, la misión de los sindicatos… en todos los cuales la tónica a seguir fue trazada por el propio Lázaro, quien orientó: “Que la gente discuta, que la gente opine, que la gente hable. Que hablen todos los trabajadores y oírlos a todos con respeto. Discutir ideas falsas si las tienen para rechazar esas ideas falsas. Escucharlos a todos con atención, porque de todos puede venir una idea justa”.
A medio siglo de la celebración del histórico cónclave, ese sentido democrático que es la clave para un sindicalismo fuerte y arraigado entre las masas laboriosas, es su principal enseñanza, en estos tiempos difíciles en que se proyecta la realización del XXII Congreso. Como siempre las ideas de Lázaro siguen constituyendo la brújula que indica el camino acertado.