Las emociones que suscitan los deportes son muy fuertes, tanto como las del buen arte, con la ventaja además de que pueden llegar con mucho más facilidad a las grandes mayorías.
Las hazañas de los atletas cubanos en los recién concluidos Juegos Panamericanos en Santiago de Chile son de esas experiencias que quedarán en la pupila y el corazón de millones de personas en este país.
No nos compete, por supuesto, entrar en análisis especializados sobre el desempeño de cada disciplina o figura, o en las deficiencias evitables que pueden existir en nuestro deporte, porque no lo dominamos.
Pero sí es preciso hablar de lo que representa para Cuba en lo espiritual ese quinto lugar continental, en medio de las más difíciles condiciones económicas y sociales que quizás hayan rodeado a nuestro movimiento deportivo por décadas.
Ese sano orgullo, esa alegría auténtica que provoca en cualquier persona honrada, amante del deporte y de su patria, ver ganar o hacer un buen papel a cualquiera de sus hijas e hijos, en un enfrentamiento no solo frente a sus rivales y a sus propias fuerzas, sino también a las circunstancias que les impone vivir en un país bloqueado, hostigado material y psicológicamente para intentar demeritar o disminuir el mérito y los resultados de su gente, tiene también, desgraciadamente, su némesis, su enemigo frontal y desalmado.
Mientras la inmensa mayoría del pueblo cubano saltaba de júbilo frente al televisor o seguía con fruición cada medalla por las redes sociales de Internet, también ha habido quienes desde medios financiados desde el exterior, e incluso a título personal, han tratado de denostar a nuestros atletas y entrenadores, restarles importancia a sus resultados, relativizar los triunfos con estadísticas atemporales o desviar la atención hacia los éxitos deportivos, también muy loables, de quienes ya no juegan bajo nuestra bandera.
Esas operaciones mediáticas para manipular sentimientos y tratar de empequeñecer las proezas del deporte cubano no son solo maniobras con fines políticos, motivadas por el odio a la Revolución que nos convirtió en potencia deportiva. Son más que nada una agresión directa contra la alegría de nuestro pueblo.
Como si no les bastara todos los problemas que tenemos, las carencias y trabajos que pasamos quienes vivimos en este país, al cual 187 naciones del mundo respaldan en su denuncia de que no nos dejan vivir, ni crecer, ni prosperar; pues también quisieran escamotearnos la felicidad de vibrar de emoción ante la voluntad y valía de nuestros atletas.
Graznan cuando cualquier deportista abandona una delegación o el país, como cuervos al acecho de las consecuencias de sus actos, pero ni ese recurso les ha consolado lo suficiente esta vez. Les ha dolido mucho estas victorias en Santiago de Chile, las 30 medallas de oro, las 69 en total, el quinto puesto en el medallero, a quienes quisieran vernos tristes y derrotados, es la verdad.
Tal vez ni nos hayamos dado cuenta de esa frustración enemiga, porque afortunadamente la mayor parte de nuestra gente es posible que ni siquiera se percatara de esa propaganda con tan mala entraña, ocupados como hemos estado en festejar, disfrutar y elogiar a nuestras estrellas deportivas. Esa luz generosa nadie nos la puede apagar, aunque haya individuos que difamen y tuerzan la realidad para intentar hacernos sentir mal.
Y ahora vamos a solazarnos con los atletas paralímpicos, a quienes desde ya les deseamos el mayor éxito, con la seguridad de que nos ofrecerán nuevos episodios de grandeza deportiva, para el disfrute y felicidad de toda Cuba.