Esta ciudad parece construida para quitar la respiración. Su geografía es una postal que muchos quieren llevarse, unos simplemente acariciar y otros penetrar. Cada mañana de estos 21 días al mirar hacia la cordillera de los Andes, con sus respectivos encapuchados de nieve, vivíamos la sensación de estar atrapados literalmente en un valle, a ratos helado, a ratos soleado.
Dicen los más viejos, los nacidos en el corazón de Santiago, que para comprender esta bondad que la naturaleza les dejó a los chilenos para siempre, lo primero que hay que hacer es sentir la ciudad subiendo a sus cerros como el de San Cristóbal y el de Santa Lucía. Es una manera de adentrarnos en los Andes, aunque nunca sean nuestros.
Hay quienes de solo verlos con o sin neblina en las mañanas pueden asegurar cómo oscilarán las temperaturas, o si lloverá más temprano o más tarde. Muchos recuerdan que allá arriba lo blanco es nieve y el frío puede llegar a temperaturas bajo cero, aunque no estemos precisamente en el invierno más crudo.
Los puntos volcánicos que son posibles apreciar un día bien despejado son el Tupungato a 6 mil 570 metros sobre el nivel del mar, San José a 5 mil 856 metros y Maipo de 5 mil 264. En las llanuras de esta última se celebró la contrarreloj de ciclismo y el espectáculo resultó de película: bicicletas en fila, cual luceros de los Andes.
No obstante, lo más impresionante no es ni siquiera la sensación de asfixia que provocan siempre las montañas sobre un valle. Tampoco la influencia en el clima (que es bastante) o los posibles 11 volcanes dormidos que habitan en su panza ancha y verde. Lo mágico es la inspiración que ha causado en poetas, pintores y cantautores, entre otros artistas, que lo han podido atravesar.
El poeta chileno Pablo Neruda cruzó en 1949 por esta propia cordillera camino a Argentina, pero no fue hasta el 13 de diciembre de 1971, tres días después de recibir el Premio Nobel de Literatura, que evocara aquella peligrosa travesía por el corazón rocoso y nevado de su patria que le condujo hacia la libertad.
Aquel hito le sirvió para reflexionar acerca de la creación literaria, los deberes del poeta y su compromiso político: “Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía y también con mi bandera”.
Pronto nos despedimos nosotros sin haberlo escudriñado como Neruda, pero igual nos vamos admirados. Y por eso tal vez se agoten las palabras para tanta capucha natural.