La Markova enfermó y se corría el riesgo de suspender una función pactada. Preguntaron a las solistas quién se atrevería a asumir el ballet. Solo Alicia dio el paso al frente. Sus maestros y ensayadores ni siquiera estaban al tanto de que ella se supiera la coreografía completa.
Pero Alicia, desde sus personajes secundarios, había estudiado concientemente el papel principal. Lo amaba. Y sabía que reunía todas las condiciones para interpretarlo.
Había nacido una de las más grandes Giselles del siglo XX. La más grande, según no pocos especialistas. Se llegó a decir que Alicia nació para que Giselle no muriera.
El pleno dominio estilístico, la capacidad técnica y una sensibilidad singularísima caracterizaron todas las interpretaciones de la prima ballerina assoluta de ese clásico inmortal.
Lo bailó durante varias décadas, siempre con renovados matices.
Y pronto concibió su propia versión coreográfica, la que todavía baila el Ballet Nacional de Cuba y que llegó a ser referencia internacional: en el propio Ballet de la Ópera de París, cuna del clásico, se bailó en varias temporadas.
Alicia se inmortalizó en Giselle. Y afortunadamente quedaron varias filmaciones. Esas imágenes son patrimonio de la danza. Dejan testimonio de uno de los grandes milagros de ballet: una Giselle cubana.