Por: Ramón Elías Laffita
La Literatura Cubana desde el siglo XIX nos ha dotado de grandes y significativas figuras dentro la poesía, entre las que destacan: José María Heredia, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Julián del Casal, José Martí y, tantas otras, que sería interminable resumirlas en un breve estudio. Nuestra poesía es uno de esos géneros superelogiados dentro y fuera de Cuba. Habría que preguntarse entonces, qué elementos o características inducen a reflexionar entorno a tal posición, o habría que preguntarse, además, si es adecuado mirar la obra del poeta desde nuestro gusto personal o desde una perspectiva indagadora o plural; quizás ahí radique el mayor de los retos para todo crítico, el de desentrañar, desmitificar, esa obra portadora de un mundo interior que nos seduce y atrae.
La obra poética de Luis Manuel Pérez Boitel (San Juan de los Remedios, Villa Clara, 1969) parte de la tradición literaria e identitaria nacional como ejes de esa búsqueda de trascendencia que en materia de poesía nos antecedió. El propio Thomas Stearns Eliot lo define cuando afirma que «un buen poema debe ser el resultado de toda la buena poesía que se haya escrito antes de él». El poema robusto, el horcón del cual se sujeta ese verso está en cómo asumir los riegos y en cómo alertar sobre la realidad, y Boitel lo revela, lo refleja, lo advierte, por medio de una particularísima materia: el lenguaje. Por tanto, es aquí, donde descansa la belleza estética de su obra, signada por un gusto y refinamiento de indudable exquisitez.
Al introducirnos en la epidermis de La naturaleza del estío, libro ganador del Premio de Poesía Nicolás Guillén, 2020; su autor nos posesiona en temas disímiles y recurrentes como la muerte, Dios, el país, la isla, la angustia, el dolor, la familia, donde el discurso entre el hablante y la figura del padre se convierte en una eficaz dualidad y, a la vez, nos convierte en observadores de esa naturaleza íntima tan visible y refrendada dentro de la obra de este autor. Otra de las formas de manifestarse la voz lírica en el poemario es por medio de lo intelectivo polisémico; Pérez Boitel lo proyecta, lo combina con el diario vivir, a través de lo conversacional cinematográfico, por ser la imagen y la percepción, elementos cardinales de lo poético.
¿Qué representa el estío para este hablante? Tal vez un elemento de la muerte, lo que lastra, lo que comienza y acaba, el origen o el final de toda trascendencia: «Veo el estío, lo que sucede en la isla», dirá en el primer verso del libro y acto seguido, al exponerse, al manifestarse, presupone que no está ajeno «al mundo de las cosas suprasensibles que Platón… dibujó»; aunque se pueda interpretar en ese poema inaugural, a partir de la propia filosofía del poeta, que pese a que todo ciclo vital concluye, es reconocible la permanencia. Qué significa entonces para este sujeto lírico su naturaleza íntima, sino, vociferar que escribe poemitas en un contén para que otros vengan y miren, suponiendo su espejo, su mar, su país, dejando claro esas fracturas perceptibles, como testimonio único de la diversidad de naturalezas que lo asisten, porque en el estío de su naturaleza, las palabras son cuerpos tangibles, seres visibles, sensualidades corpóreas.
Conjugar las culturas, la experimentación, dentro del corpus de una obra en versos a veces resulta difícil y que esas formas coexistan y tengan la ilación exacta, equilibrada, conjuntamente con el contenido, parece ser una de las tantas habilidades de cualquier constructor, y Pérez Boitel, abre esa arquitectura expresiva e interior para combinar lo clásico con lo esencialmente contemporáneo.
La naturaleza del estío es un poemario integrador, particular, intelectivo, sensitivo, donde el dolor por la muerte queda en la piel del poeta como una marca imborrable, donde la angustia alcanza a perturbar lo emotivo esperanzador. Como Pessoa, Boitel, juega con la palabra, busca seducirla, hasta encontrar en ella el máximo estallido de quien acierta y se pronuncia más allá de cualquier circunstancia.
Los que se acerquen a La naturaleza del estío, de Luis Manuel Pérez Boitel, notarán en él a un escriba introspectivo, protector de sus pérdidas, atrayéndolas hacia su naturaleza interior con el deleite de la entrega, del que sufre la ausencia a través de la eficaz dualidad padre e hijo, aunque escriba sin proponérselo desde el delirio más extremo, dejando que la voz lírica sea el hilo conductor y expansivo de la existencia. Lo cardinal, lo distintivo de esta obra, se fundamenta en lo diverso expresivo, en la atalaya, desde donde el poeta observa lo simbólico, única manera de combatir o aislarse del mundo que lo asedia.