Hay actividades y reuniones a las que uno no quisiera ir nunca. Y otras de las que lamentamos la restricción de tiempo. Este sábado, por espacio de casi cuatro horas, nos ocurrió así a los casi 40 enamorados del judo cubano y su historia. Fuera de formalidades y con el agradecimiento a la invitación para compartir algunas ideas sobre comunicación, periodismo y judo, resultó un sábado bañado de ippones y de futuro.
El primer impacto fue encontrar un ambiente de amor, de profundo deseo de rescatar cada uno de los rostros, hechos, anécdotas, medallas y valores que trasmite un deporte introducido en nuestro país por Andrés Kolychkine Thompson, en 1951, pero que no hubiera tomado la fuerza y arraigo sin nombres como Luis y Federico Guardia, fallecidos ya, pero a quienes representó esta mañana la esposa de Federico.
Sí, Margarita, con más de 90 años y ojos encendidos de lágrimas en cada palabra que escuchaba, nos acompañó y quizás su memoria voló hasta aquellos años fundacionales en los que apoyó al padre de sus hijos cuando casi nadie conocía de kimonos y tatamis. Y mientras más la miraba sentía que ella bien pudiera ser la Madre del judo cubano.
Pero la historia no son recuerdos fríos ni fotos amarillas y mucho menos investigaciones empolvadas. Por eso esta mañana se habló en presente; de cuánto andan haciendo el proyecto comunitario Shiro Siago, de la Lisa, donde de un patio lleno de basura y escombro salió un Doho que ha dado campeones, aunque lo más importante ni siquiera es eso, sino la educación a centenares de niños en la disciplina, la honestidad y la solidaridad, valores que cultiva este deporte.
No fue menos interesante escuchar la pasión y los resultados del Colegio de Cinturones Negros en Matanzas, que desde el 2014 viene demostrando que para hacer judo, aprender técnicas y honrar a los antecesores (sean o no medallistas) solo hace falta voluntad, creatividad y deseos. Tampoco pasó por alto el proyecto de Guanajay Roberto Loza Canales, donde desde el 2001 han convertido ese municipio en un pequeño Japón, por la práctica y amor al judo, extendido a acciones comunitarias de educación y formación de niños y adolescentes.
El sábado contagiaba y no precisamente para entrar a combatir. Contagiaba porque saltó la osadía de proponer ya un Salón de la Fama para el Judo Cubano (sin miedo, como han olvidado o temen otras disciplinas); establecer el Día del Judo Cubano; entrar en el mundo de las redes sociales con inteligencia para exponer y defender nuestro pasado y presente ; crear alianzas para imprimir nuevas publicaciones sobre el tema; así como desempolvar y sumar a todos los judocas, estén donde estén, siempre que quieran fundar amor desde un arte marcial que fue el cuarto deporte con un campeón olímpico para Cuba, detrás de la esgrima, el boxeo y el atletismo.
Como si no acabara la reseña, ese mismo primer monarca de Montreal 1976, Héctor Rodríguez, para casi todos «Coquito», nos sorprendió con una llamada vía WhatsApp. ¿Y alguien pudiera decir que no fue un sábado de lujo? Casi antes de la foto final, Iván Silva, capitán de nuestra selección masculina, y subcampeón mundial del 2018, pidió la palabra y se permitió un cierre adelantado.
«Estoy aquí porque veo que ustedes no quieren dejar morir un pasado que nos inspiró a Andy Granda (presente también) y a mi para entrar a un tatami. Si solo fuera por eso, cuenten con nosotros». Y entonces escribí en mi teléfono: ¡Ojalá clonemos sábados como este! ¡Qué viva nuestro judo! ¡Qué nunca muera tanta historia!