La poesía puede revelarnos lo más insospechado. Es capaz de descubrirnos, por ejemplo, que las raíces pueden ser no de madera, sino de agua.
Son incontables los poetas de diversas latitudes que han participado en las ediciones del Festival Internacional de Poesía de La Habana y han convertido su presencia en acciones de solidaridad con Cuba, su pueblo y su Revolución.
Tal es el caso de la poetisa Ángeles Mohedo Pérez (1975, Córdoba, España), una jurista que se desempeña como consultora internacional para instituciones de la Unión Europea y las Naciones Unidas, especializada entre otros temas en derechos humanos, labor que la ha llevado a trabajar en más de 25 países de África, América y Europa.
A pesar de su infatigable quehacer —o quizá por eso mismo— ha compartido siempre sus altas responsabilidades con su visceral necesidad de expresar su visión del mundo mediante la poesía. (Y también la música, porque es profesora de piano, por añadidura). Aunque ha escrito muchísimos versos, su primer libro publicado, La raíz de mis saudades, vio la luz hace pocos años por la editorial Utopía Libros, de su ciudad natal.
Este volumen lírico no da inicio con el primer poema que en él aparece, sino con una suerte de autoprólogo que en una primera lectura me pareció innecesario por aquello de que la poesía no se explica, y luego me resultó legítimo y agradecible y útil. Allí confiesa Ángeles que “tengo saudades a corto, medio y largo plazo. Con todas convivo, todos los días, y las acaricio jugando con ellas a los malabares. No importa si se caen al vacío, siempre las recojo, porque el alma es infinita. (…) Las saudades no son solo las añoranzas de un pasado que no se sabe ni cuál es, son las saudades del futuro, por lo que se va a perder, que también duele”.
Allí la autora califica la raíz de sus saudades como un volcán, y aquí yo la contradigo: Me parece más bien géiser, dada la condición de agua que le descubro. De agua, esa sustancia imprescindible para la vida y sin embargo tan reclamada a gritos en el mundo actual, sobre todo en los países pobres del planeta. Me lo confirma “La fuente pública”, uno de los cuarenta poemas que agrupa el tomo:
El agua de la fuente pública / no conoce retiros ni silencios. / Niñas y niños siempre tienen sed / y las casas de secano / transportan en cubetas rajadas / de colores que fueron / el agua encolerizada algunas mañanas… // Y para estas almas / (por si olvidaban la existencia de un dios) / resuenan las campanas desde temprano / anunciando que seguirá habiendo hambre / anunciando que seguirán con los pies desnudos / anunciando que “hay deberes”… a pesar de…
Me lo confirma “Diluvio”, otro de sus poemas escritos, como ella misma dice “en algún lugar de África”:
Y llueve como si se pudiera limpiar algo. / Y llueve como si se pudiera borrar la tristeza. // Y llueve como si se pudiera borrar la pobreza. // Y llueve porque tiene que llover, / porque lloviendo se borra el presente de cada día / porque lloviendo se le da una oportunidad al presente / porque lloviendo se amamanta la Tierra / que es la única que podrá salvarnos, / o condenarnos.
De agua es esta raíz. En forma de géiser, como un surtidor de lágrimas furibundas, pero también líquida ternura que inunda las manos ansiosas de llevarla al rostro y a la boca. Cuando regresa al lar natal nos lo confiesa:
He venido a Córdoba. / He llegado. / Desnuda, / sin teorías, / con el sol en una mano / y la luna muerta en la otra, / pisando lava de terremotos internos, / quemándome viva los pies / para no repetir los mismos cansados y errados pasos. // He venido. / Porque tenía demasiados lugares a los que ir… / Y ninguno al que pudiera llegar.
Pero siempre vuelve a ir. Vuelve a partir a cualquiera de esos lugares, para nutrirse de otras fuentes y acopiar otras saudades. Como una amazona. Y promete que así será hasta…
Cuando todos mis dientes sean colmillos / y adolezca la escarcha de soledad a gritos (…) Cuando mis párpados agoten el tiempo / y mi rictus te sea desconocido… / Sabrás que ya no puedo más… / Sabrás que ya me he ido.