Hace unos días atrás hicimos en las redes sociales de Internet una pregunta un tanto incómoda sobre la actualidad nacional, y enseguida hubo personas que saltaron a la defensiva como si fuera un emplazamiento o cuestionamiento directo hacia su trabajo individual o de su entorno cercano.
Llama la atención este tipo de reacción que con demasiada frecuencia vemos cuando hay una crítica a algo que no marcha bien o sobre lo cual una gran parte de la ciudadanía tiene una percepción desfavorable.
Y no decimos que se dejen de ofrecer argumentos o explicaciones a fenómenos sobre los cuales no existe consenso social. Pero eso dista mucho de ciertas posturas conformistas o justificativas, que en lugar de asumir la existencia de un problema, tratan de probarnos que no sucede nada, que todo marcha sobre ruedas, a pedir de boca.
Una variante muy usual en estas defensas a ultranza es el ataque hacia quien apunta o señala la existencia de esa deficiencia, con razón o sin ella, como si con la extensión de la culpa a quien hace una denuncia esta situación negativa desapareciera.
Quienes se atrincheran de ese modo en su verdad, o en la complacencia con lo que hacen, pocas veces comprenden que tal actitud les aleja todavía más de una posible solución a las dificultades planteadas.
Eso es todavía más peligroso cuando se trata de funcionarios públicos o dirigentes en cualquier nivel de dirección, cuya máxima debería ser, en primer lugar y como tanto se ha dicho, mantener el oído pegado a la tierra.
La sabiduría popular rara vez se equivoca al diagnosticar lo que está mal, más allá de que puedan existir incomprensiones o excesos en los juicios individuales alrededor de determinada situación económica o social.
Ante un escenario de numerosas inconformidades o apreciaciones negativas sobre cualquier fenómeno, la peor de las respuestas serían esas poses defensivas, las loas a lo que se hizo o se hace, incluso cuando se aprecian generalizaciones que pudieran considerarse injustas.
Es más maduro y útil entonces conceder legitimidad al señalamiento, que ponerse a citar excepciones o tratar de salvar el pellejo en lo individual.
Lo más atinado ante esas visiones críticas masivas que cuestionan el desempeño de instituciones o personas, sería ahondar en qué puede estar provocando esa mirada colectiva tan incisiva, sin pretender tanto lanzar un salvavidas puntual a ninguna reputación que se considere dañada.
Porque al final resulta un tanto infantil asumir como agravio individual cualquier señalamiento o tendencia de opinión que cuestione un estado de cosas. De hecho, esas respuestas airadas más bien vienen a demostrar no solo que el problema sí existe, sino que también es pobre o nula la voluntad para resolverlo.
Es preciso entonces ser más humildes ante una crítica generalizada, tratar de entender qué es lo que origina la insatisfacción popular para poder enmendar la plana, sin ponerse —constante y torpemente— a la defensiva.
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