La mujer es el taller natural donde se forja la vida. Son por excelencia las creadoras del ser humano. (Fidel Castro Ruz, 29-11-1974)
Martha Zoe Lemus Rodríguez no pudo tener mejor sitio para nacer que la tierra del Cauto, Palma Soriano.
Ella es de donde hay un río, y como tal ha sido su vida: torrente tranquilo a ratos; otros tantos un discurrir por cauces tortuosos, con travesías difíciles, caídas intempestuosas, fluir a pesar de barreras y llegar al final, al instante de juntarse, anchuroso y pleno, con el mar.
A sus vitales 80 años siente que ha valido la pena cada decisión, asume estoicamente los zarpazos del destino, y se refugia para menguar dolores, físicos y del alma, en aquellos y aquello que le dan sentido de existir: los dos nietos y el trabajo.
En su imperio doméstico multiplica el sentimiento maternal que vio trunco en un momento muy doloroso de su vida, y por eso es un tin más de como son las abuelas: exigente y consentidora, experta en complacer paladares, bien con torrejas, bien con tamal en cazuela, bien con la ensalada fría “más rica del mundo mundial” a decir de su pequeña prole.
En el ámbito público, allí donde se realiza como profesional, en el Laboratorio Farmacéutico Oriente de la ciudad de Santiago de Cuba, tiene ganado el altar mayor, en el cual se encumbran los imprescindibles, los que son luz, tal y como es esta mujer: Heroína del Trabajo de la República de Cuba.
Los 118 elementos
Cuando a sus 17 años, en Victoria de Las Tunas, a donde se mudó con la familia, Martha Zoe descubrió la química, supo que no había otro camino de estudio que no fuera tal.
Mientras sus compañeros de bachillerato veían con horror la tabla periódica de Mendeléiev ella disfrutaba de cada elemento, sacaba 100 puntos en los exámenes para asombro de los exigentes profesores, y se imaginaba sumida en un laboratorio, investigando, descubriendo, mezclando, creando…
Tanto lo soñó que hizo realidad su entrada a la Universidad de Oriente, en el año 1961, en la carrera de Ingeniería Química, la misma donde conoció a José Acosta Varela, novio y esposo por 51 años, además de cómplice en menesteres de formulaciones y más.
“Fue una etapa hermosa e intensa a la vez, el rigor de los estudios durante los primeros años y luego, ya en tercero, nos seleccionaron a Pepe y a mí para apoyar la docencia en el Instituto de Segunda Enseñanza que se abrió en Santiago de Cuba ante la disyuntiva de un incremento de matrícula y un éxodo de profesores.
“Ese período nos fogueó, éramos alumnos en las mañanas y en las tardes, y en las noches maestros. Él impartía Física, yo, por supuesto, Química.
“Ahí descubrí que estar frente a un aula no era lo mío, a diferencia de mi esposo, mi pasión fue y es el laboratorio, la experimentación, por eso me sentí pez en el agua cuando llegué, en 1974, a la antigua fábrica de medicamentos —tabletas y líquidos— ubicada en calle M del reparto Sueño, hoy parte de la Empresa Laboratorio Farmacéutico Oriente, perteneciente a BioCubaFarma”.
Desde hace 49 años la también Máster en Ciencias e investigadora auxiliar es dueña y señora de esa otra casa.
Allí compartió y comparte el día a día con personas tan especiales como ella, farmacéuticos, químicos, tecnólogos, operarios, especialistas, custodios, directivos… complementándose todos en el quehacer de fabricar y comercializar tabletas, vendas enyesadas, solución para hemodiálisis, sueros, sales de rehidratación oral, y por supuesto, productos naturales.
Medicamentos naturales: sí, pero no
Es justo en ese último ámbito donde hay que quitarse el sombrero ante Martha Zoe, líder del equipo que ha formulado más de 10 surtidos, todos de impacto y aceptación: tabletas de anamú, moringa, jalea real, manzanilla y viprol (de propóleo), lecisan (comprimidos masticables de lecitina de soya), mentisan, trocisco (tableta para chupar) y tantos más.
Llegar a concretar cada uno de ellos demandó de estudio y experimentación al por mayor, además de tiempo compartido con personas que Martha Zoe lleva corazón adentro con singular gratitud.
“Imposible olvidar a quienes contribuyeron, de muy diversos modos, con mi acercamiento al mundo de la farmacopea, de los proyectos tecnológicos, y a quienes me retaron para que diera los primeros pasos en la creación de productos naturales.
“En primer lugar Diósmedes Cisneros, Doctora en Farmacia, compañera y amiga, toda una cátedra, ya desparecida físicamente; la doctora Celeste Sánchez, quien favoreció la creación aquí del Departamento de Investigación y Desarrollo; y Pascual Muñoz, el directivo que me inspiró a dirigirnos como grupo y a trabajar la línea de productos naturales.
“Igual recuerdo a colegas muy talentosas —Marlen Vistel, Elena Trifonova, Aimée Rodríguez— que acompañaron desde los inicios la gran labor de evaluar, reformular (cuando fue necesario) y someter al dictamen de la entidad reguladora, la capacidad de disolución de todos los medicamentos que producíamos aquí.
“Fruto de esa encomienda, compleja pero gratificante, son las actuales formulaciones de medicamentos genéricos como el dimenhidrinato (gravinol), la fenitoína 50 (convulsín), el diazepán de 5 y de 10, o la difenhidramina, por solo mencionar algunos.
“También vale evocar y agradecer a la doctora Odalis de la Guardia, médica que en Santiago de Cuba atendía a niños con cáncer. Ella supo de la fabricación de la tableta de jalea real, se acercó para pedirme que creara una similar pero con anamú, planta de propiedades excepcionales, y gracias a su inspiración y nuestros empeños en el laboratorio pudimos aprovechar sus principios activos en una tableta”.
Si bien es cierto que hablar de todos estos aportes reconforta a la heroína santiaguera, resulta innegable la desazón que la embarga cuando tan demandados productos no están a disposición del pueblo en la medida necesaria.
“Tengo esa gran insatisfacción, la materia prima para hacer todos esos productos naturales no es sostenible en el tiempo. No estamos hablando de nada importado, todo lo contrario, pongamos como ejemplo la lecitina de soya, un subproducto de la fabricación del aceite que se elabora aquí mismo en Santiago de Cuba, o las plantas medicinales que la agricultura debe garantizar.
“Muy sinceramente considero que la estrategia en tal orden está mal orientada. La agricultura no trabaja para la industria, sí lo hace para la parte dispensarial (a nivel de farmacias) donde se elaboran jarabes o extractos fluidos, pero resulta incomparable un extracto fluido de caña santa (hipotensor) con una tableta de esa misma planta medicinal… ah, pero no podemos hacerla por falta de la materia prima”.
Como el río
Acostumbrada a fluir a pesar de los obstáculos, Martha Zoe no abandona ninguna de las ideas que le rondan para seguir aportando, desde la industria biofarmacéutica cubana, a la salud de las personas.
“Una industria que es un privilegio, no todos los países del mundo, mucho más grandes y con no pocos recursos, tienen una cultura farmacéutica y un resultado como el nuestro, eso hay que reconocerlo y agradecerlo”.
Tal es el apego a dicha industria que a sus 80 años sigue, en casa, o en la planta de tabletas, entregándose a lo que le gusta.
“No me voy a jubilar mientras tenga la fuerza y la capacidad para seguir aquí. Muchos me han dicho que por qué no lo hago y luego me recontrato, incluso con el incentivo económico que ello implica, pero mire usted que no es ese el móvil que me inspira para trabajar día a día, es el compromiso con mi Laboratorio Farmacéutico Oriente, es mi pasión por la química, el placer inmenso de saberme útil. Si además de eso se lo reconocen a una, ¿qué más pedir?”.
El ámbito laboral le es tan, pero tan familiar, que no es el hogar donde Martha Zoe guarda diplomas y medallas, es su área de trabajo el altar para tales: la Llave de la Ciudad de Santiago de Cuba, la Orden Carlos Juan Finlay, el Título de Heroína del Trabajo de la República de Cuba… cada uno de ellos es una historia, un trozo de existencia, un pedazo de sí y de otros tantos, cada uno de ellos, a no dudarlo, tiene su química.