Laulauga Tausaga perdió una vez la batalla contra el olvido. Supo, en aquel entonces, que no podía hacer otra cosa que lanzar el disco lo más lejos posible y quedar satisfecha consigo misma.
Hoy llegó a la final mundial en Budapest con esa convicción y quizás con las mismas sensaciones que tuvo cuando se mudó al frío de Iowa, impulsada por su mamá.
En aquella ocasión no sabía lo que eran esas gélidas temperaturas y hoy, a orillas del Danubio, desconocía también lo que significaba acercarse a la utópica frontera de los 70 metros.
Solo lo había escuchado en las leyendas que se contaban sobre Perković, Allman y Feng, quienes desde el inicio de la competencia mostraron sus deseos enfermizos por llegar a ese lugar.
En su quinto intento, Tausaga cargó con el disco, tal vez preguntándose cómo sería llegar tan lejos. Hizo lo suyo, dio unas vueltas no tan estilizadas como las de su compatriota Allman, y soltó el implemento con todas sus fuerzas.
Gritó. Su rostro se estrujó de felicidad cuando lo vio caer cuatro metros más allá de lo que estaba acostumbrada a conseguir. Todos con la boca abierta, incluida ella. Fueron exactamente 69,49 metros. Entonces sintió el éxtasis que solo experimentan las elegidas y supo también que nunca jamás tendrá que preocuparse por el olvido, porque ese momento de lucidez le bastó para inmortalizarse como la primera campeona mundial estadounidense en lanzamiento del disco.
