Por Gloria Morales Campanioni
Este 19 de agosto la comunidad científica nacional e internacional recordará al sabio cubano Carlos Juan Finlay de Barres, pues se celebra el aniversario 105 de su fallecimiento, en La Habana en igual fecha de 1915.
Descubridor de que el mosquito Aedes aegypti hembra era el transmisor de la fiebre amarilla, con lo cual salvó a la humanidad de este azote. Por ello se le confirió la distinción de «Benefactor de la Humanidad».
El ilustre camagüeyano nació en la ciudad de Puerto Príncipe, el tres de diciembre de 1833, conocido por el mayor descubrimiento científico de la medicina tropical.
Los resultados de su trabajo a la vez que libraron al mundo del terrible azote, sentaron las bases para el estudio de epidemias como las del paludismo, el dengue, la enfermedad de Chagas y otras.
Es considerado uno de los microbiólogos más importantes de la historia universal de la Medicina. Para honrar su memoria, cada tres de diciembre se celebra en Cuba el Día de la Medicina Latinoamericana.
Su victoria quiso ser escamoteada por los Estados Unidos para favorecer al norteamericano Walter Reed, quien presidió, en 1901, la cuarta comisión estadounidense que vino a Cuba, precisamente, para “demostrar” in situ que la fiebre amarilla tenía un origen bacteriano y que, por tanto, Finlay estaba equivocado.
Sin embargo, la oposición a reconocer a Reed como el verdadero descubridor se puso de manifiesto cuando Francia decidió otorgar a Finlay, en 1911 la orden oficial de la Legión de Honor, e Inglaterra la medalla Mary Kinsley, concedida en el mundo solo a los científicos Mauson, Ross y al genial Koch, descubridor del bacilo de la tuberculosis.
Asimismo, el XIV Congreso Internacional de Historia de la Medicina, celebrado en Roma en 1954, ratificó al cubano como el único descubridor del agente trasmisor de la fiebre amarilla y la aplicación de su doctrina en el saneamiento del trópico. Dos años después, esta misma cita realizada en España, acordó la ejecución de una campaña intensa para que los libros de texto, diccionarios enciclopédicos y medios de divulgación no atribuyeran a otras personas la gloria que, por derecho propio, le pertenecía.
Finlay fue propuesto siete veces para el Premio Nóbel de Medicina, pero los Estados Unidos siempre se opusieron.
El 25 de mayo de 1981 la UNESCO instituyó por primera vez el Premio Internacional Carlos J. Finlay, para reconocer avances en Microbiología, e incluyó al sabio en su revista como uno de los seis microbiólogos más destacados de la historia mundial.
El anuncio de la hipótesis de Finlay y la posterior confirmación experimental de su doctrina, que se adelantó a la época y a los conocimientos generalmente aceptados por entonces, constituyen el hecho científico más importante ocurrido hasta ahora en Cuba, dada su trascendencia para la humanidad.
A su papel de protagonista principal en la conquista de la fiebre amarilla, hay que agregar su valiosa contribución a la cirugía oftalmológica y la admirable diversidad y profundidad de su ejecutoria clínica.
Finlay, al igual que Tomás Romay, Álvaro Reynoso y Felipe Poey, entre otros, dio un significativo aporte al desarrollo de las ciencias en Cuba y sentó pautas luego asimiladas por otras eminentes personalidades como Carlos de la Torre y Huerta, Antonio Bachiller y Morales, Joaquín Albarrán y Ángel Arturo Aballí, por mencionar algunos, a los cuales los especialistas de hoy deben el basamento de sus conquistas.
Las concepciones de este sabio han quedado plasmadas en el actual sistema de salud pública cubano y han sido inspiración a las actividades de prevención de las enfermedades. Por eso, apoyados en los notables logros de la medicina cubana, los trabajadores de la salud son fieles al legado de virtud profesional, de rigurosidad científica, de desinterés y de modestia del doctor Carlos J. Finlay.