Hay una luminosidad en cada 13 de agosto que nunca podrá apagarse, ni con todos los bloqueos del mundo, pues es la fecha del día feliz en que naciera hace 97 años el invicto conductor de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz.
Incluso, cuando 90 años después, en la dolorosa despedida física sus compatriotas clamaron “Yo soy Fidel” quedó claro el reto enorme de seguir guiados por esa luz, auto impuesto por homenaje y convicciones profundas, emanado de su bandera señera.
En días como estos decididamente los cubanos van más allá de las ceremonias en el altar de la Patria y de los actos públicos y ritos, realizados porque son hermosos y enaltecedores.
Para ello muchos intentan asumir el arduo desafío de trabajar en el Fidel íntimo que cada cual debe llevar dentro, sobrepasando consignas, frases hechas y convirtiendo sus enseñanzas en acción creadora.
Siempre se han consagrado mejor los hijos de esta tierra en el obrar heroico, al precio incluso de la vida y en el fragor de las batallas más justas, que en la calma necesaria al cumplimiento del deber en la pacífica vida cotidiana.
Los bríos de una sangre ardiente y de una cultura con valores muy acendrados, en pro de la libertad y la justicia, se piensa nos define como pueblo.
Quién no recuerda al Comandante en Jefe del Ejército Rebelde cuando afirmara que esta sí sería la Revolución verdadera, el Primero de Enero de 1959 en Santiago de Cuba, tras la victoria.
Y cuando dijo más adelante, el 8 de enero en La Habana, que en lo adelante las cosas podían ser más difíciles y alertó también en medio del júbilo inmenso a cuidarnos de nuestros propios errores.
El Fidel que siempre dejó claro a los enemigos de la Revolución que nunca habría rendición, y condujo a los hijos de esta tierra en tantas batallas heroicas, en medio de grandes logros, también los llama ahora a continuar esforzándose más desde su interior en mejorarse a sí mismos, el desafío mayor que puede asumir un ser humano.
Un empeño plausible a pesar de todo, pues en Cuba hay reservas espirituales, intelectuales, morales y de carácter más que suficientes para hacerlo.
Los multitudinarios agradecidos e incluso los ingratos saben bien, desde el fondo de sus pensamientos, cuán decisiva fuera la contribución del Líder en la igualdad social y en la creación de las bases para que el pueblo cubano fuera educado, culto e instruido en la enseñanza general, en la ciencia y la tecnología.
Se impone entonces el cumplimiento del deber, esa tarea menos ruidosa y visible que los combates frontales, también necesarios, y que requiere constancia, entrega sin fin y consagración en cuerpo y alma sabiendo que es la única manera de salir adelante y garantizar la continuidad del modelo de sociedad que elegimos.
Demanda perentoria en tiempos del bloqueo más feroz que haya conocido país alguno, se sabe bien.
Nos lo debemos, Fidel, a ti y a nosotros, es bueno recordar de nuevo en tus natales, en medio de la vigencia de tu obra viva y las remembranzas entrañables.
La vida de Fidel es ejemplo inspirador: un revolucionario que se forjó a sí mismo como combatiente de las causas más justas y tuvo en su familia, sobre todo en su padre Ángel Castro y en su madre Lina Ruz, dos pilares de madera tan preciosa.
Nació en el poblado campestre de Birán, en la antigua provincia de Oriente, hoy perteneciente a la provincia nororiental de Holguín.
Obtuvo calificaciones excelentes y descolló siempre desde la primaria, recibió gran parte de su instrucción lectiva en Santiago de Cuba, aunque terminó su bachillerato en el colegio de Belén, de La Habana.
Matriculó para cursar la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana en 1945, después de haber concluido con sobresaliente aval su trayectoria en la institución jesuíta habanera.
El recordaría siempre el papel de la Universidad en la adquisición de su conciencia revolucionaria y pensamiento político.
Fue una etapa de intensa acción, por la cual sufrió golpizas en las calles y detenciones arbitrarias, y en la que también se puso en contacto con el ideario marxista.
Tiempos en los cuales inició su vocación de solidaridad latinoamericanista, surgida al calor de su profunda admiración por la obra de José Martí, uno de sus grandes mentores morales, y su estudio de Simón Bolívar. También militó en el Partido del pueblo, llamado Ortodoxo.
Tras recibirse como abogado, con dos títulos en disciplinas jurídicas, opta por establecerse en un bufete dedicado a ayudar a personas humildes.
Sus primicias combativas ocurrieron durante el enfrentamiento al presidente Ramón Grau San Martín. El golpe de Estado de Fulgencio Batista, en 1952, marcó mayoría de edad en sus convicciones, y la radicalización y profundización de su pensamiento revolucionario.
A partir de 1953, vinieron los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el histórico 26 de julio de ese año, la prisión injusta pero fecunda, la amnistía en 1955, el obligado exilio en México y el regreso a combatir definitivamente en la Sierra Maestra, a donde llegó tras azaroso viaje con 82 expedicionarios el 2 de diciembre de 1956.
Desde ese bastión heroico, antes de los dos años la insurrección bajó a los llanos y se extendió por toda Cuba. La gran epopeya dirigida por Fidel, al frente del glorioso Ejército Rebelde, que bien merece un espacio aparte.
La tarea desafiante, hermosa, fundadora, siempre transformadora de la Revolución cubana, en las narices del enemigo más poderoso de la Tierra, lo consagró ante sus compatriotas, quienes confirman, recodando al Apóstol: La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida. (Marta Gómez Ferrals, ACN)