Pocas semanas antes de asumir la presidencia de Cuba y como para que los representantes del imperialismo yanqui permanecieran sosegados y confiados, el dictador Gerardo Machado y Morales les prometió que bajo su administración los intereses de los hombres de negocios de la poderosa nación del norte tendrían absoluta garantía.
Más aún: había proclamado que en la isla caribeña ninguna huelga duraría más de 24 horas. “No hay razón ninguna –acentuó- para temer que surjan desórdenes, porque tengo suficientes fuerzas materiales para suprimirlos”.
De nada valieron sus alardes politiqueros y sus despiadados métodos represivos. El 12 de agosto de 1933, como colofón de un poderoso movimiento de masas en todo el país, cayó su nefasto régimen que la historia inscribió con el nombre de “Machadato” para ilustrar así una época que el pueblo soportó durante ocho años, dos meses y 22 días.
Fue el quinto presidente de Cuba. Ocupó el cargo el 20 de mayo de 1925 tras unas elecciones en las que figuraban dos candidatos: Mario García Menocal, hombre de “mano dura”, con un aval impopular como mandatario de la nación y Machado, con fachada de bienhechor y promesas basadas en lo que denominó como una “regeneración en la administración de los fondos del Estado y en las costumbres públicas, mediante la erradicación de las lacras sociales.”
Como parte de una supuesta imagen caritativa enarboló el slogan “Agua, caminos y escuelas”. Emprendió un aparatoso programa de obras sociales que incluyó el Capitolio de La Habana, la Carretera Central a lo largo de la Isla, hospitales y acueductos, entre otras pinceladas de beneficio social aprovechadas hábilmente por los apologistas del régimen, politiqueros, funcionarios gubernamentales y burgueses que saturaron sus bolsillos mediante el robo de una parte de los fondos destinados a esos planes.
Tan pronto llegó al poder, además de endeudar al país con empréstitos, acrecentar el latifundio y la dependencia de Estados Unidos, agravó el desempleo, la pobreza y arremetió contra combatientes que fundaron la Confederación Nacional Obrera de Cuba, el Partido Comunista y la Federación Estudiantil Universitaria.
La lista de crímenes incluyó a líderes proletarios como Alfredo López, Enrique Varona, Salvador Torres, Baldomero Duménigo, José Cuxart, entre otros.
No solo se cumplían sus órdenes en Cuba. El 10 de enero de 1929 esbirros pagados por Machado asesinaron en México al destacado dirigente comunista cubano Julio Antonio Mella, quien con justeza denominó al tirano como “Mussolini tropical”.
La huelga que derribó a una dictadura
La gota que colmó la copa del Machadato fue una protesta de obreros y propietarios del transporte urbano en La Habana, situación que fue en ascenso para propagarse a otros sectores del país como maestros, portuarios y empleados públicos.
El embajador norteamericano en Cuba, Sumner Welles, diseñó una fórmula mediadora en un intento por solucionar la crisis con la presencia de representantes del gobierno y la oposición burguesa.
De nada valieron los ardides del representante de Washington. El 12 de agosto el país estaba totalmente paralizado por una indetenible huelga general. Al mediodía, Machado huyó por vía aérea hacia Nassau ante el temor de caer en manos de la justicia popular que desbordó las calles con indescriptible euforia.
La tiranía, al fin, cayó como castillo de naipes. Sin embargo, al pueblo le fue escamoteada la victoria al quedar instaurado un nuevo gobierno títere del imperio como los que transcurrieron 26 años después hasta que en 1959 los cubanos conquistaron su absoluta independencia.
Acerca del autor
Graduado de Licenciatura en Periodismo, en 1976, en la Universidad de La Habana. Hizo el servicio social en el periódico Victoria, del municipio especial isla de la Juventud, durante dos años.
Desde 1978 labora en el periódico Trabajadores como reportero y atiende, desde 1981 temas relacionados con la industria sideromecánica. Obtuvo premio en el concurso Primero de Mayo en 1999 y en la edición de 2009. Es coautor del libro Madera de Héroes.