Olga Portuondo Zúñiga (Directora de la Oficina del Historiador de la Ciudad en Santiago de Cuba)
El día del Apóstol Santiago de 1953 en horas vespertinas me hallaba cercana a la posta no. 1 del antiguo cuartel Moncada presenciando los carnavales desde la casa de mi tío César. Aquello era delirante. En la remembranza infantil quedaron grabadas las imágenes en las que grupos de hombres vestidos con batas de casa, bajo sábanas, cantaban alegremente: “Tápame, tápame, tápame con tu sábana…”. Entre aquellos campechanos e improvisados intérpretes distinguí a mi tío, al que le decían Camagüey. Recuerdo también que un chico venía arrollando en un cuadro de las comparsas cuando recibió algunos planazos de un soldado, no sé por qué motivo y se lo llevó detenido dentro del imponente recinto leonado.
Las carrozas más elegantes, las procedentes de La Habana, con la propaganda del ron, de las cervezas o de los cigarros salieron del patio del reducto, justo casi frente a donde yo estaba. Ya tarde en la noche la gente en la acera empezó a gritar casi al unísono: “¡Ahí viene la conga de los Hoyos!”. Hubo que cerrar la puerta y la ventana, aquella era una masa humana impresionante, sin ningún orden. Así terminó para mí aquel desfile de mamarrachos.
Vivo cerca del cuartel Moncada, al amanecer del 26 de julio comenzó a sentirse un tiroteo como si fueran fuegos artificiales y muy temprano, cuando nos asomamos a la calle, vimos que en las esquinas de la cuadra había soldados con armas largas. Luego supimos que en esos momentos estaban matando a los jóvenes revolucionarios heridos o no que habían asaltado la fortaleza del Moncada en respuesta al alevoso golpe de Estado de Fulgencio Batista.
Muchos santiagueros militaban en las filas de la Ortodoxia, otros eran sus simpatizantes y la mayoría del pueblo estaba aún bajo la influencia de las palabras de Eduardo Chibás y su último aldabonazo.
Poco a poco se fue conociendo que el jefe de aquel grupo de combatientes era Fidel Castro, joven ortodoxo que había hablado en mítines a favor de la causa contra la corrupción administrativa en la tribuna de Trocha y Carretera del Morro, luego estoico acusador contra el anticonstitucional golpe castrense de 1952; que entre los primeros caídos se hallaba aquel mocito que frecuentaba la acera del Ten Cent, fácil de reconocer por la mancha púrpura que tenía a un lado de su cara, y porque la familia Guitart era muy estimada en Santiago de Cuba.
Toda la ciudadanía santiaguera estuvo al tanto del rescate de los cuerpos sagrados por la vieja luchadora del Partido del Pueblo Cubano, Gloria Cuadras, y del padre de Renato para inhumarlos en el cementerio de Santa Ifigenia, con la dignidad y el respeto que les correspondía.
Desde ese 26 de julio hubo una radical definición de posiciones políticas: la mayoría del pueblo al lado de los que habían defendido el honor de la República soñada, y del otro, alabarderos y testaferros del régimen del tirano, encargados de la represión indiscriminada. El ejercicio de la violencia sobre la juventud, en particular, iría en ascenso durante los cinco años siguientes, al punto de alcanzar un clímax único de terror, como magistralmente interpretó José Soler Puig en su novela Bertillón 166. La tiranía no podría impedir, ni siquiera con la fuerza, las ansias de libertad y de hacer valer los derechos ciudadanos que sus multiplicados hijos hacían valer en las calles de la ciudad durante la clandestinidad.
El asalto al cuartel Moncada sería la convocatoria que todos esperaban para secundar el M-26-7 de la bandera rojinegra. Desde ese día, el camino quedaba expedito para transitarlo hacia las estribaciones de la Sierra Maestra. El triunfo sobre las tinieblas de la dictadura era próximo y seguro, para el mejor destino de Cuba.
Teatro principal de la conquista por la autodeterminación y la libertad en la Mayor de las Antillas, desde los propios inicios de la colonización española hasta mediados del siglo XX, Santiago de Cuba cuenta, entre sus edificios patrimoniales: la Granjita de Siboney, el cuartel Moncada (hoy Ciudad Escolar 26 de Julio), la Audiencia, el Hospital Saturnino Lora, el Vivac, y otros, escenarios de aquella epopeya e informadores de esa épica histórica, orgullo de sus habitantes y presencia eterna del sacrificio de muchos héroes para las nuevas generaciones.