La temporada que acaba de concluir el Ballet Nacional de Cuba en la sala Avellaneda del Teatro Nacional ha saludado notables aniversarios cerrados y forma parte de una celebración mayor: los 75 años de la compañía que fundaron Alicia, Alberto y Fernando Alonso, patrimonio indiscutible de la nación, embajadora universal de la cultura cubana.
Y la selección de las piezas que integraron el programa de estos dos fines de semana fue una declaración de principios. Junto a los estrenos en Cuba de dos significativas obras del coreógrafo británico Ben Stevenson, Bartók Concerto y Britten pas de deux, subieron a escena importantes reposiciones: Carmen, de Alberto Alonso, probablemente la más famosa de las coreografías del repertorio del ballet; y la no menos relevante Tarde en la siesta, de Alberto Méndez, un emotivo pas de quatre que evoca esencias espirituales del acervo nacional y que cumple medio siglo de su premier mundial.
Tradición y contemporaneidad: esa es la apuesta decidida de la agrupación que dirige la primera bailarina Viengsay Valdés. Ciertamente, es un desafío permanente. Hay en el repertorio histórico obras que hace tiempo no se escenifican y que merecerían regresar a la programación por sus valores y su trascendencia para la historia de la danza en el país. Por no ir tan lejos: ahí están algunas de las creaciones de Alberto Méndez, Gustavo Herrera e Iván Tenorio, auténticos clásicos. Y a eso habría que sumar el compromiso con las grandes producciones de toda la vida, que ha distinguido al Ballet Nacional de Cuba en el panorama escénico del continente.
Este año, por ejemplo, se cumple también el aniversario 80 del debut de Alicia Alonso en uno de los personajes que marcaron su extraordinario itinerario artístico: Giselle. La versión de Alicia de este título imprescindible es una de las joyas del BNC; deviene caballo de batalla. Y obviamente, cada clásico decimonónico plantea retos para el elenco y sus ensayadores, que van más allá de las meras demandas técnicas. La preservación de un estilo, que ha asumido las peculiaridades de la escuela cubana de ballet, resulta un empeño titánico en tiempos de renovaciones súbitas y extemporáneas del cuerpo de baile.
Con todo hay que lidiar. Y tampoco se puede olvidar la necesidad de ofrecer espacios a coreógrafos emergentes, incluso a aquellos que exploren caminos de decidida experimentación.
La buena noticia es que el Ballet Nacional de Cuba no deja de trabajar: es la compañía que programa más temporadas en el año, y la variedad estilística es evidente. El 28 de octubre, cuando celebre su cumpleaños 75, recibirá con toda certeza el homenaje del público y las instituciones de la cultura. Pero la fiesta mayor de la danza es la danza misma. Y el ballet precisa entusiasmo y compromiso todos los días.