Acabo de tener la amarga experiencia de presenciar un tipo de respuesta que ya creía superada en el tiempo, y que ha sido muy criticada tanto por el pueblo como por los líderes de la Revolución cubana.
Ante un planteamiento de una persona en una reunión sobre las condiciones inapropiadas de trabajo de un obrero, lo que sobrevino fue una arenga política que poco o nada tenía que ver con el problema expuesto, discurso proveniente además de un funcionario administrativo.
Parecería algo increíble que todavía esa sea la reacción de algunos dirigentes en los niveles más cercanos a la base, pero lamentablemente sí ocurre, a pesar de todo lo que se ha insistido en lo contraproducente que resultan ese tipo de retóricas en su mayoría justificativas.
Otra salida camaleónica similar en la que casualmente incurrió otro dirigente técnico en ese mismo encuentro, es la de atiborrar con elementos especializados para concluir casi en lanzar la responsabilidad de las deficiencias sobre la conducta de la ciudadanía.
También están entonces quienes comienzan con los misterios, a tratar de inducir en el auditorio la idea de que poseen secretos estratégicos que no pueden ser revelados bajo ningún concepto, y por lo cual no pueden ofrecer una respuesta completa. ¡Como si todo el mundo no supiera que si alguien de verdad es poseedor de una información de esa índole, ni siquiera insinuaría que la tiene!
Pero ya saben, se trata en definitiva de subterfugios pésimos para estos tiempos tan difíciles que corren, en la cual tenemos que ser claros y precisos, incluyendo todos los argumentos que inciden en cualquier situación de crisis, lo cual incluye la debida, oportuna y con frecuencia tan olvidada autocrítica.
Porque cuando uno analiza ese tipo de intervenciones, ya sea en el momento o con posterioridad, se percata de que en la mayoría de los casos no se explicó nada o muy poco sobre qué más se podía haber hecho, o qué se dejó de hacer, por qué no se hizo, y cómo ello agravó el estado de cosas o impidió su más pronta solución.
Por desgracia, esa falta de perspicacia política hace más daño a veces que la propia dificultad que se pretende acorralar. Mucho más en los casos en que los actos y el ejemplo personal pueden no corresponderse con lo que se dice.
Hay que buscar soluciones más allá de cualquier palabrería hueca. Cuando a la gente se le ofrecen razonamientos sólidos y se acepta que es posible hacer mucho más de lo que se hace, si no se logra la satisfacción, al menos se obtiene una comprensión mayor, y hasta una actuación más consciente.
Lo contrario es hacer malabares con las palabras, con lo cual sepone en riesgo no solo la credibilidad de quien así se escuda, sino a otras personas e instituciones. Siempre será mejor tomar nota y llevarse la tarea para la casa, incluso la más difícil, que tomar el sendero tortuoso de una inútil arenga.