San Salvador.- Según mi humilde experiencia los mitos tienen una luminosa fortaleza: su esencia forma parte del tronco cultural de un país.
Acá he tropezado con un buen puñado de leyendas de destino terrorífico. Todas, con las lógicas variaciones que le dan el tiempo y sus narradores. Han sido relatadas de generación en generación para afianzarse en la cultura tradicional.
En El Salvador, si usted desea conocer de esta parcela lo mejor es acercarse a las personas mayores (es mi experiencia). Ellos en voz baja y hasta con ciertas dosis de tensión y misterio le hablarán de criaturas fantásticas que espantan a las personas.
La Leyenda de la Siguanaba, el Cipitío, la Leyenda de la Carreta Bruja y del Padre sin Cabeza, sin olvidar la del Duende y la Descarnada son algunas de la que más atrapan y estremecen.
Y sí, lo confieso otra vez, soy un fanático de los mitos. Muchos han logrado sugestionarme y hasta cuestionarme ciertas cosas. Han robustecido mi imaginación, necesitada muchas veces de estos chispazos emocionales para volver a arrancar.
Tal vez usted desee que le narre alguna de esas fábulas. Prefiero esperar y hasta sugerirle indagar por su cuenta. Ahora estoy muy cansado y necesito dormir.
Prefiero irme a la cama sin otro adversario que mi extenuación. Recuerde que esas historias hechizan y les confieso algo que me aseguraron todos los narradores consultados. Muy pocos afortunados lograron salvarse de semejantes criaturas, y quienes lo hicieron perdieron su alma para siempre.
Eso no me puede ocurrir, sino ¿quién les hablará mañana de mitos o algo más?