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Crónicas al andar: ¡Cuidado pecadores!

San Salvador.– Eugenio mira mi sortija de fraternidad y con una caída de ojos y una ligera inclinación de su barbilla saluda.

Nos vemos por vez primera en el céntrico parque Gerardo Barrios de esta ciudad y me trata con una cordialidad extraña y oportuna.

Foto: Xinhua

Se interesa por la historia de mi fraternidad en Cuba. Por el tiempo que le dedico a la misma. Parece un estudiante aplicado ante lo corto y preciso de mis explicaciones. Solo eso puedo hacer.

Explora su desconocimiento y tal vez a modo de contraataque asegura con orgullo haber formado parte de los Talcigüines.

Relata ante la avidez y el desconocimiento flotando en mis pupilas, y por qué no, feliz de robar mi atención que Talcigüines significa hombres endiablados.

Acicalados de una sotana roja, y personificando al diablo reparten latigazos a quienes se crucen en su camino los lunes de la semana Santa.

Cuenta mi nuevo amigo, y que perdone mi atrevimiento, que para quienes se opongan a tan punzante ritual, el número de latigazos es mayor.

Esta legendaria tradición salvadoreña recorre buena parte de la capital y encuentra su final en la parroquia San Esteban, donde los Talcigüines son doblegados por Jesús en el clásico y deseado final de que el «bien triunfa sobre el mal». ¡Ojala siempre fuera así!

Eugenio hace una pausa. Se seca el sudor de su frente amplia y por unos segundos disfruta de mi interés. Se muerde con algo de noble jactancia la lengua y dice que no todos pueden ser Talcigüines.

“Es necesario someterse a un proceso de 8 años”, señala mostrando la cifra con los dedos de sus manos.

“Mi padre y mi tío lo fueron. Es tradición en la familia”, puntea con marcado orgullo. Se despide con un corto y sudoroso abrazo. Da media vuelta y se marcha silbando una melodía indescifrable…

Foto: Xinhua

Horas después, descubro en la Internet que los Talcigüines fueron declarados en 2014 Patrimonio Cultural Inmaterial de El Salvador.

Apago la laptop y casi automáticamente toco mi espalda. Sonrío y me alegro de no prestar mi lomo para tan dolorosa tradición.

Sí, yo también he pecado, pero mis fallas no son tan graves para tener que expiarlas así.

En casa las purgo fregando, limpiando, botando la basura y algo más, que prefiero reservarme, para evitarme problemas con mi mujer si por casualidad tropieza con estas letras. Quienes la conocen me darán la razón ¿Usted me comprende?

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