El judoca Orlando Polanco (66 kg), casi se va del complejo deportivo de la Universidad del Salvador sin conversar con la prensa. No sé si por olvido o temor. Lo que sí le puedo asegurar es que compareció ante la prensa sin su presea dorada en el cuello.
“¿Y la medalla campeón?, le pregunté con desconcierto. Aquí está, respondió sacándola del bolsillo de su pantalón…
“Es mi primera medalla de oro en Juegos Centrocaribeños. Al venezolano de la final lo conozco bien. Nos hemos enfrentado en otras ocasiones y sabía lo que tenía que hacer”.
Polanco se arregla el medallón (es grande), me mira y sonríe, en cuestión de segundos vuelve a percutir.
“La competencia en general fue buena. Venía en forma, a pesar de que por la gira europea no me fue bien. A partir de ahí trabajé con los técnicos en los detalles que estaba fallando y ya ves, llegó el premio”.
El campeón escucha el llamado de sus compañeros. ¿Irán a celebrar? Me digo en silencio.
“Somos un equipo, apunta él, los técnicos, la triada médica y mis otros compañeros. Hoy su apoyo en la grada resultó fundamental”, certifica con largos pasos en la despedida.
“Ya puedes guardar la medalla, la foto está hecha”, le expreso con el pulgar en alto.
“Ya no me la quito compadre, a lo mejor hasta duermo con ella”, acuña mientras la estruja en su pecho y hace recordar a muchos el mismo cariño que le brindó a una similar en el Abierto de Varadero, meses atrás, en aquella ocasión con su niña en los brazos.