Si un producto alimenticio se ha convertido en rey proteico dentro de los platos cubanos desde la etapa de la pandemia es el pollo. Sea en muslos, contramuslos o pechugas; sea en fricasé, aporreado, frito o en cuantas innovaciones aporten quienes cocinen en casa.
Su adquisición pasa por tres dimensiones: el de la cuota normada mensual, el que se entrega como parte del módulo en tiendas otrora en CUC; y el que se vende en cajas o paquetes de diferentes kilogramos por parte de mipymes o revendedores.
Al menos así sucede en La Habana y quizás en algunas provincias. Lo interesante en este entramado es que a veces el poder adquisitivo, sobre todo para personas de la tercera edad o familias sin ingresos adicionales, solo permite, con mucho esfuerzo, comprarlo en las dos primeras opciones.
Sin embargo, cuando pasan dos meses sin llegar a las carnicerías (como ahora en la capital) o la refrigeración traiciona y el sangramiento del pollo (y en ocasiones hasta echado a perder) se hace constante en el módulo adicional, el malestar crece con toda razón. Eso sin contar que ningún funcionario o una nota de Comercio Interior ha aclarado rumores como “que por la libreta solo será para niños y mayores de 65 años”, o “ya empezaron por reducir la cuota de una libra y tres cuartos por persona, a una libra”.
De sobra conocemos el esfuerzo del país para adquirir ese producto, cuyo precio ha aumentado en la economía mundial, pero en una era comunicativa hay que ser ágiles y valientes para explicar los períodos de ausencia. Y sobre el descongelamiento de bolsas también se impone más información para que los clientes no demoren en ir a buscarlos, incluso sin trabas burocráticas como dejar comprar después de la hora acordada a quienes les toca al día siguiente para evitar la pérdida por falta de frío.
El tema de las cajas o bolsas de pollo prolifera hoy con más frecuencia en parques o en mipymes importadoras del producto. Está probado que su demanda (a miles de pesos de acuerdo a los kilogramos) es superior y duran las ventas apenas dos o tres horas, con un negocio naciente de revendedores que luego les multan 500 o mil pesos por encima. ¿Es imposible que los Consejos Populares de las demarcaciones donde se da ese fenómeno alguien pueda regular cuántas cajas se pueden comprar por persona? ¿Sigue pendiente la duda sobre si el Estado pudiera competir con esos actores y ofertarlas a una cifra menor? El pollo en sus tres dimensiones va directo hoy a la seguridad alimentaria.