Todos la bailamos, obligados por la coyuntura, aunque no soportamos sus consecuencias.
Los menos se favorecen de ella. ¡Y de qué manera! No tienen límites para obtener mayores ganancias con los productos que ofertan, aprovechando la coyuntura que vive el país.
No tienen pudor para determinar el precio de cada mercancía y la aumentan a capricho. Muchos tienen que maniobrar para adquirir productos básicos fuera del que nos garantiza la libreta de abastecimiento.
Los menos jóvenes vivimos diferentes etapas desde 1959, donde el peso tenía su valor real y con nuestros salarios éramos capaces de poner sobre la mesa los alimentos necesarios.
No es mi intención decir cómo resolver el problema. El haber vivido esas etapas, incluso antes del triunfo de la Revolución, me permite contar lo siguiente.
Sin tener edad laboral, entre 1957 y 1959 trabajé en una pequeña tienda de ropa, en La Habana Vieja. Una vez ganada la confianza del dueño aprendí la contraseña que me permitía conocer lo que había costado cada mercancía y hasta dónde podía rebajarla.
Y es que en esa época los comerciantes no podían alterar los precios y solo podían tener un porciento de ganancia. De incumplir y ser descubiertos eran multados por los inspectores.
¿Qué hacer? Confiar en las gestiones del país para darle solución al problema y estudiar el comportamiento del comercio antes del año 1959, porque algunas medidas eran buenas para los clientes.
Los jóvenes, además de compartir las penurias, se ven sometidos por los odiadores a una campaña diaria que solo culpa al Estado y ni por casualidad hablan del bloqueo.
La solución final todos la conocen: cuando los estantes de los comercios estén con suficientes mercancías y a precios oficiales.