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Con Filo: Delante de la fachada

Por razones de trabajo en el último trimestre este comentarista tuvo que hacer dos viajes fuera de Cuba, con escalas o arribos en cinco aeropuertos de diferentes países de América Latina, y las correspondientes dos salidas y entradas por nuestra terminal 3 de vuelos internacionales en La Habana.

Aunque un viaje internacional no es una posibilidad que abarque a la mayoría de nuestra ciudadanía, sí es fácilmente comprensible la importancia que tiene esa primera impresión para quienes vienen de visita al país o regresan a su patria.

La conclusión primera a que uno puede llegar después de esta experiencia es que debemos ser conscientes de la necesidad de mejorar nuestra infraestructura aeroportuaria, la organización de sus servicios y la calidad en la atención que reciben los viajeros que arriban o parten por nuestro principal aeropuerto, pues la mayoría de sus estándares actuales no admiten una comparación con otras instalaciones homólogas de la región.

Y no son las menores dimensiones del mayor aeropuerto cubano, las cuales no tengo suficientes elementos para asegurar si resultan acordes o no con su nivel de operaciones actuales, lo que más resalta en este balance desfavorable al compararnos con otros centros similares del continente.

La iluminación de las diferentes áreas, la limpieza en general, el funcionamiento de facilidades para la movilidad interna de los viajeros, como las escaleras eléctricas o las esteras, la higiene de los baños, la presentación y formas de comercialización de sus tiendas y comercios, todo merecería una revisión a fondo para que ese primer o último contacto con nuestro país fuera todo lo óptimo que debería ser.

Es cierto que la economía cubana está en aprietos y no se puede hacer todo lo que quisiéramos. Pero con la misma infraestructura existente se podría mejorar mucho los servicios de esa terminal aérea tan importante, solo con prestar más atención a los detalles que marcan la diferencia cuando se es o no cuidadoso de una imagen.

Punto y aparte merece la organización de la atención y el trato a los viajeros. En la mayoría de los países existen mecanismos organizativos que privilegian o facilitan los trámites de inmigración para sus nacionales, ya sea mediante filas diferentes o mecanismos electrónicos más expeditos, lo cual no es nuestro caso.

Los controles de salud, las revisiones aduaneras, el empleo de los escáneres corporales y de los equipajes son, sin dudas, necesidades insoslayables para la protección de todas las fronteras. Hay estados de la región donde estos reconocimientos rutinarios pueden incluso llegar a ser mucho más severos e invasivos que los nuestros, es cierto. Sobre todo en dependencia de la procedencia o destino de los vuelos y los visitantes. Pero en nuestro caso es imprescindible mejorar la forma con que se hacen tales procedimientos, pues en esa interacción debe primar la profesionalidad en el trato, el cuidado del lenguaje y hasta de la gestualidad y el tono de voz que se usa, la educación formal en su más amplio sentido, y el respeto a la privacidad de los viajeros.

Todo esto puede marcar, de una manera favorable o no, la experiencia y la opinión que se hagan sobre nuestro país tanto los turistas como los compatriotas que llegan o parten por el aeropuerto internacional José Martí, o por otros con igual función en las restantes provincias.

Casi para cualquier persona, arribar o partir de un país, sea o no su patria, es momento de cierta tensión y ansiedad. Por consiguiente, resulta esencial que todas las autoridades y los prestadores de servicios con que nos relacionamos en tales circunstancias funcionen con la precisión de un reloj, la cortesía de una embajada y el rigor de una escuela.

Tenemos que emplearnos al máximo, entonces, por mejorar esa impresión última o primera, de quien sale o llega a Cuba, por ese aeropuerto internacional que está —al contrario del título de aquel antiguo programa televisivo—: Delante de la fachada.

 

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