Uno de los rasgos que caracterizan a la juventud, junto con el ímpetu y la rebeldía, es su capacidad para soñar, para plantearse aspiraciones, para proponerse transformar su vida y la del entorno que la rodea.
En esta fecha tan significativa en que nuestros jóvenes y nuestras niñas y niños están de fiesta por el aniversario de sus organizaciones políticas respectivas, ese tal vez sea el mejor regalo que les podamos hacer: reconocerles esa necesidad de modificar lo que tenemos, siempre para mejor, sin desconocer sus expectativas y ofreciéndoles todos los argumentos y experiencias de quienes les precedieron, no como una camisa de fuerza, sino como una exhortación de sus padres y madres, abuelas y abuelos, para que sigan adelante.
Cuando analizamos muchas de las perspectivas y decisiones que hoy el país está implementando, resalta que están pensadas no para el beneficio inmediato de quienes hoy las debaten y trabajan en ellas, sino que en la mayoría de los casos son acciones cuya concreción final y también sus frutos corresponderán a las generaciones futuras.
La Revolución merecerá seguir siéndolo en la medida que lo que diseñemos ahora se parezca lo más posible al futuro que querríamos legarles a la juventud, no solo a la de nuestro pueblo, sino aunque parezca grandilocuente en un país pequeño como el nuestro a la de toda la humanidad.
Para lograrlo hay que escuchar a nuestra niñez y juventud, aprender del conocimiento que todo lo nuevo genera, con la humildad de quienes solo se realizan verdaderamente cuando consiguen trabajar para las demás personas.
Tampoco quiere decir que malcriemos a la gente joven, que les consintamos en todo o no les expliquemos y exijamos el cumplimiento de sus deberes, que no les ayudemos a crecer a partir del ejemplo, como otras personas en su momento lo hicieron con nosotros.
No podemos pensar tampoco que esa juventud lo hará todo bien, porque no lo hicieron nuestros padres y abuelos, ni lo hemos hecho nosotros tampoco, pues todas las generaciones tenemos el derecho a intentar nuestros propios sueños, y también a equivocarnos y a rectificar, siempre de la manera más honesta y generosa.
Nuestro proyecto de una sociedad más justa y solidaria tiene el derecho a existir y vale la pena correr cualquier riesgo por alcanzarla.
Su éxito dependerá de que la juventud tenga suficiente espacio y condiciones para concebir y realizar esos sueños de los cuales hablábamos al inicio, y eso no se logra sin el diálogo, la confianza y el trabajo duro de todas las generaciones de cubanas y cubanos, porque solo así lo que ahora es el futuro, mañana será el presente.