El reciente estreno del largometraje Fernanda y el extraño caso de El mensaje a Figueroa, de Mario Rivas, producido por los Estudios de Animación del Icaic, es resultado del empeño de la cinematografía nacional por mantener la tradición del animado cubano.
Y ciertamente, aquí no se ha dejado de trabajar: desde los animados realizados por niños, gracias a los talleres ofrecidos por varias instancias, hasta la producción profesional, concebida para los niños y los adultos.
Se hacen animados, y sin embargo hay claros desafíos. Uno de los más importantes es la formación de animadores, porque si se dispone en Cuba de una tradición —con figuras esenciales, como el siempre recordado Juan Padrón—, es significativo que no se cuente con una escuela, una academia… por más que los Estudios de Animación del Icaic representen un referente indiscutible.
Parece necesario formalizar en el país planes de estudio permanentes para la creación de los animados, que asuman especializaciones en los centros docentes donde se forman los cineastas. Los talleres puntuales no pueden ser la única vía. Y el empirismo no es suficiente para consolidar un auténtico movimiento.
La renovación tecnológica es otro tema particularmente complejo, pues trasciende muchas veces las posibilidades de las instituciones y los creadores.
Es difícil marchar con el mundo en ese sentido teniendo en cuenta el panorama económico de la nación, impactado por los rigores del bloqueo: hay restricciones específicas para el uso de cierta tecnología… y faltan fondos para acceder a otras.
La respuesta más contundente es la creatividad. De cualquier forma, no se puede confundir tecnología con arte. Una cosa es la herramienta y otra lo que se puede hacer con esa herramienta.
Y eso conecta con los valores estéticos de lo que se realiza, que no se consiguen con el pleno acceso a la tecnología. Hacen falta cultura, información, talento…
En la producción nacional hay carencias en la factura que tienen que ver más con el gusto y la capacidad de los realizadores que con las técnicas o los programas informáticos con los que trabajan.
Y volvemos entonces al principio: la necesidad de un entramado formativo. Como se puede apreciar, parece un círculo vicioso. Es preciso romperlo.
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