La inmensa mayoría de las opiniones que he escuchado han sido positivas. El capítulo cienfueguero de la edición XXXI de la Feria Internacional del Libro se desarrolló felizmente y cerró ayer domingo con “broche de oro”.
Todos los amantes de la literatura lo disfrutaron, toda vez que pudieron adquirir numerosos y variados títulos y la cantidad de ejemplares, contrario a lo sucedido en algunos eventos anterior, satisfizo en buena medias las expectativas.
El montaje de 18 carpas en el céntrico parque José Martí y otros sitios de la ciudad cabecera del territorio posibilitó la realización de una comercialización ordenada y sin los desagradables molotes de personas en pos de alcanzar alguna obra.
Uno de los segmentos poblacionales más beneficiados fue el de los niños y adolescentes. En el Pabellón Infantil Tesoro de Papel, además de mantenerse una oferta amplia, pudieron presenciar, como parte de la fiesta literaria, espectáculos musicales y de otras manifestaciones artísticas a cargo de agrupaciones y proyectos locales. De esa forma, la atracción se multiplicó.
Menciones especiales merecen el programa profesional y el literario, los denominados De un monte de espuma y Leer la Historia; el taller de edición; los espacios dedicados a los jóvenes Dios y los locos y al Punto Cubano; las actividades colaterales en centros de estudio, de trabajo, penitenciarios y otra instituciones; el área dedicada a la Informática y el evento científico bibliotecológico José Díaz Roque In Memoriam.
Entre quienes asistieron a la Feria cienfueguera ─como imagino haya sucedido en las provincias que ya la realizaron u ocurra en las que restan─ solo quedó una insatisfacción: el elevado precio de algunos títulos muy atractivos y de los medios de oficina y otros que estuvieron a la venta.