“Radio Reloj reportando… Atacado el Palacio Presidencial”… fue la insólita noticia que interrumpió el monótono tic tac de la emisora más escuchada del país. Allí en la cabina de transmisión estaba José Antonio Echeverría, el prestigioso y corajudo presidente de la Federación Estudiantil Universitaria y máximo líder de su brazo armado, el Directorio Revolucionario. Atendiendo a la gravedad de los hechos, uno de los locutores anunció que el joven iba a dirigirse a la ciudadanía:
“¡Pueblo de Cuba!—comenzó la arenga—. En estos momentos acaba de ser ajusticiado revolucionariamente el dictador Fulgencio Batista. En su propia madriguera del Palacio Presidencial el pueblo de Cuba ha ido a ajustarle cuentas, y somos nosotros, el Directorio Revolucionario, los que en nombre de la Revolución cubana hemos dado el tiro de gracia a este régimen de oprobio. Cubanos que me escuchan, acaba de ser eliminado…”.
La transmisión quedó trunca. El texto completo se supo mucho después y finalizaba con la siguiente exhortación:
¡Ciudadano! Colabora con el Directorio Revolucionario y sal a la calle.
¡Ayuda a los revolucionarios!
¡Préstales tu cooperación!
¡Cubanos! ¡La Revolución está en marcha!
¡Únete a ella!
Como señaló el destacado intelectual Eduardo Torres Cuevas: “El ataque al Palacio Presidencial ha provocado debates no siempre históricamente bien fundamentados. Algunas veces mal intencionados. No se trató de un hecho desesperado, mal planificado o de ingenuidad militar. La tesis del Directorio de ‘golpear arriba’ no descansaba solo en el ajusticiamiento del dictador. Ello se concebía como punto de partida para una insurrección con el régimen decapitado y desarticulado. Esa insurrección llevaría a una huelga general nacional que pondría fin al batistato y, más importante, abriría las puertas a la Revolución”.
Un dato que pocas veces se menciona es que no menos de una docena de los combatientes caídos en el asalto pertenecían a las filas de los trabajadores. Y es que en la proclama constitutiva del Directorio leída por José Antonio en el acto celebrado en el Aula Magna el 24 de febrero de 1956, se hacía un llamado “al pueblo, a los equipos y jefes revolucionarios y a las vanguardias obreras y estudiantiles a juntarse por deber con los hambreados y los oprimidos, por compromiso para con los muertos sacrosantos de la Patria, en el trabajo incansable, el heroísmo fecundo y el sacrificio desinteresado”.
Por otra parte, en la Carta de México suscrita ese mismo año, se hacía constar que la FEU y el 26 de Julio asumían la consigna de unir a todas las fuerzas revolucionarias, morales y cívicas del país, a los estudiantes, los obreros, las organizaciones juveniles y a todos los hombres dignos de Cuba, para que secundaran la lucha.
La concepción unitaria de trabajadores y estudiantes en el empeño emancipador databa del liderazgo universitario de Julio Antonio Mella y se evidenció aquel 13 de marzo de 1957.
Basta mencionar algunos ejemplos entre los asaltantes que perdieron la vida en aquella gloriosa jornada: Luis Felipe Almeida Hernández obtuvo muy joven un empleo en la compañía de electricidad donde trabajaba su padre; Adolfo Delgado Rodríguez era chofer de ómnibus; Ubaldo Díaz Fuentes trabajaba en el Mercado Único; Pedro Luis Esperón laboraba desde los 18 años en una finca de la que fue despedido por participar en una huelga, trabajó de retranquero en el central Habana y después fue tejedor en la textilera Ariguanabo; Gerardo Medina Cardentey era cajero del hotel Globo, posteriormente llamado Vueltabajo; Eduardo Panizo Bustos era empleado del cabaré Tropicana; Evelio Prieto Guillama fue conductor de ómnibus; Pedro Téllez Valdés laboraba en correos…
Universitarios a quienes las balas troncharon sus carreras y otros jóvenes estudiantes y revolucionarios se unieron a hombres humildes de las más diversas ocupaciones en una de las acciones más audaces de la lucha insurreccional. Sin duda, como afirmó José Antonio, aquel 13 de marzo el pueblo fue a ajustarle cuentas al tirano.