Un terremoto lo destruye todo, excepto la esperanza. Y si a esa ilusión se une la ayuda solidaria de los profesionales cubanos de la salud, entonces para los pobladores de las zonas afectadas subsiste la confianza, el sentimiento de que no todo está perdido aun en medio de los desastres que se puedan imaginar.
Así lo confirman los mensajes de Facebook que por estos días he leído del doctor Isael Alfonso Graña, médico del Hospital Ortopédico Fructuoso Rodríguez, quien forma parte del contingente de 32 colaboradores de la salud (28 hombres y 4 mujeres) que desde el 11 de febrero partieron hacia Turquía, país que el pasado 6 de febrero resultó fuertemente azotado por un sismo de magnitud 7,4, y que en días posteriores ha sufrido varias réplicas.
En su primera experiencia como parte del Contingente Henry Reeve, Isael reveló que no deja de asombrarse. Primero una nación lejana, con una cultura y paisajes diferentes; temperaturas bajas, incluso nieve, y por sobre todas las cosas el saber que allá, en esa tierra limítrofe entre Europa y Asia, se conoce a Cuba y se pronuncia con amor el nombre de Fidel Castro Ruz.
En un diálogo con esta reportera a través de WhatsApp afirmó que el viaje duró 16 horas, con una escala de dos horas en Venezuela. Luego los acogió la bella Estambul, la capital, y posteriormente otro avión los condujo a Kahramanmaras (o simplemente Maras), una de las 81 provincias de Turquía, devastada por el sismo y abandonada por muchos de sus nativos debido a las tristes consecuencias que este ha dejado y el temor de lo que pueda suceder en los días siguientes.
La situación imperante no dejó tiempo para el descanso. Tan pronto llegaron se acondicionaron en una de las salas del hospital, y ya han realizado más de 15 intervenciones quirúrgicas. “Lo que más me ha impresionado es la destrucción y la solidaridad del pueblo turco”.
Sobre cómo se lleva a cabo la comunicación entre los profesionales turcos (con quienes comparten labores) y los pacientes, señaló que cuentan con la ayuda de tres traductores turcos, integrantes de una asociación de solidaridad con Cuba, además de que dominan el idioma inglés muchos de los colegas de esta nación. Esas son las vías.
De la vida cotidiana, narró también en el intercambio que sistemáticamente sostiene en Facebook que lograron tener un local para hacer comida cubana. “La brigada cuenta con un cocinero del Hospital Hermanos Ameijeiras que ya empezó su faena, y reforzamos con la que nos dan acá; básicamente arroz, atún y pan. Te comento que es muy difícil comer carne aquí porque su dieta es fundamentalmente a base de pescados”.
La familia —como resulta lógico— lo emociona. Sus padres y su esposa (también médico) le brindan todo el apoyo para que él pueda cumplir esta honrosa misión. Pero su pequeño Isaelito le roba el corazón.
“Mi niño se volvió loco cuando le enseñé la nieve, quiere que le lleve un poquito, ¡no sabes cómo lo extraño! Me dicen que pregunta todos los días cuándo regresa papá, le leen tus posts y se pone feliz y orgulloso”. (Se refiere al intercambio que sostiene a través de las redes sociales con la doctora Naila Ayrado Rivero, directora de Comunicación de la Dirección Provincial de Salud de La Habana).
Isael confesó que ha sentido miedo —ello es inevitable—, al mismo tiempo está consciente de que esta misión es una oportunidad de la vida, que otros galenos quisieran estar en su lugar y vivir una experiencia de este tipo, difícil, sobrecogedora y humana.
La misión médica en Turquía recién comienza a hacer historia. Pasarán días, quizás meses. ¿Quién lo sabe?, indiscutiblemente los cubanos se ganarán el cariño y el respeto de un pueblo fuertemente lastimado.
Isael regresará a la patria, no lo hará con el puñado de nieve que tanto le gustó a su pequeño, pero guardará por siempre las imágenes más bellas de un pueblo noble y agradecido.