En una coyuntura de tantas dificultades con el transporte, la colega Claudia Rafaela Ortiz Alba compartía en las redes sociales de Internet un comentario muy atinado, que casi voy a reproducirles esta vez íntegramente, con el permiso de su autora.
Nos ilustraba su opinión con dos fotos que mostraban lo que ya sabemos, la cantidad de personas que tratan de trasladarse desde una parada de ómnibus en los horarios picos, Añadía, sin embargo, otra imagen muy peculiar: la de una oficina comercial de Etecsa, en Marianao, en la cual podía observarse una bicicleta parqueada afuera que, según contaba, pertenecía a una agente de telecomunicaciones que fue a depositar dinero de sus labor.
“Se le informó por otra trabajadora de allí que no podía entrar la bici, ni siquiera dentro de la reja perimetral de la instalación, que es un portal-pasillo amplísimo y vacío”, nos contaba Ortiz Alba en su relato.
No obstante, la empleada accedió a cuidar la bicicleta, estacionada en la acera, para que la agente de telecomunicaciones, al parecer clienta habitual, pudiera hacer la gestión, no sin antes recordarle que allí no se podía ir en ciclo.
Y luego de poner el ejemplo, reflexionaba Claudia Rafaela con mucho tino que no se trata solo de Etecsa. Y cito en extenso lo que escribió:
“Todas, todas las entidades hacen eso a los ciclistas. Al menos es mi experiencia. Tiendas, banco, policía, oficinas de trámites, terminales, agencias, hospitales. Incluso los parqueos, remuneración mediante, se niegan a custodiar las bicicletas”.
“Tenemos un problema. El transporte público está paupérrimo”, recordaba la joven, y continuaba: “Recientemente se indicó una vez más a los autos de chapa estatal recoger en las paradas, porque hay rutas principales que apenas tienen un solo carro o articulado trabajando. Las paradas parecen ollas de presión. Y una alternativa tan sostenible y saludable como las bicis, que salva en no pocos momentos, como lo fue en el período especial, que descongestiona el transporte público, te mantiene activo y no emite gases contaminantes a la atmósfera, no es viable para muchos, porque no hay parqueos de bicicletas, ni las entidades se sensibilizan con crear condiciones para atender a quienes se mueven en ellas”.
“Asumo —razonaba la colega— que al emitir orientaciones administrativas de prohibir las entradas de bicicletas y ciclomotores a las entidades las instituciones están cuidando su responsabilidad en caso de robos, que hace meses andan disparados, como resultado de la crisis económica. Pero también entiendo que si hasta los baños públicos se cobran, ¿qué impide que se les arriende a cuentapropistas áreas en los predios de instalaciones concurridas para que presten el servicio de parqueo? O incluso, hacerlo en áreas subutilizadas dentro de las mismas instalaciones”.
Nos recordaba la joven internauta que el Ministerio de Transporte está implementando de a poquito un sistema de bicicletas públicas en La Habana, que comenzó por una estación en la CUJAE. “Pero un buen proyecto —enfatizaba— no resuelve el problema con la agilidad y en todos los lugares donde necesitamos soluciones”.
Hasta aquí lo esencial que nos exponía Claudia Rafaela Ortiz Alba en las redes sociales de Internet, sobre la falta de parqueos para ciclos y la bicifobia de algunas entidades.
Poco habría que añadir. Ella concluía que se trata de pequeños problemas con soluciones bastante simples y hasta inmediatas que merecían la pena resolverse. Yo solo agregaría que no son tan pequeños, para quienes los padecen y, como consecuencia, no pueden ir a su trabajo o hacer otras gestiones cotidianas. Hay que darle, definitivamente, más pedales a la sensibilidad.
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