Llevaba mucho tiempo deseando este encuentro, y la maldita circunstancia del transporte parecía empeñarse en dilatarlo un poco más. «Estoy cogiendo un carro en Alamar, pero ya voy», me dijo por teléfono, como si pidiera que aguantara un poco más.
Me recosté entonces a la baranda de las escaleras que dan entrada a la Esfaar Giraldo Córdova Cardín, en Cojímar, y mentalmente fui repasando su carrera al tiempo que espiaba a cuanta gente atravesaba la puerta. Más allá de una foto, nunca lo había visto. ¡Qué extraño! ¿Qué habría hecho ese campeón para ser condenado a los confines de la desmemoria? ¿Acaso él tenía la respuesta a esa pregunta?
Los muchachos de la escuela subían y bajaban las escaleras, algunos les planteaban a otros que querían pedir la baja porque no se sentían bien. Hacía un poco de aire fresco, de ese que lucha en vano contra el calor imperante en la Isla, y yo seguía mirando atentamente a todo el que pasara, a la espera, hasta que escuché en uno de los pasillos laterales la icónica frase de una canción del Benny: «¡Cienfuego’ es la ciudad que más me gusta a mí!»… Ahí supe que Norberto Téllez, subcampeón olímpico y mundial en el relevo 4×400 metros (m) y los 800 metros planos, estaba a punto de aparecer.
Salió de lo oscuro de un pasillo, llevaba un pulóver blanco, un bolso de un asa cruzado y un pantalón aguas claras de esos que son medio ripiados. «Disculpa, hermano, pero es que el transporte está…», dijo al saludar, mientras nos acomodábamos en uno de los muros de la entrada.
Viaje a la semilla
Habla pausado y gesticula a veces en lo que rememora aquellos días en Congoja, un pueblecito de Rodas, en Cienfuegos. Allí empezó a correr. Corría para todo, sin saber que en esa actividad aparentemente sencilla se basaría gran parte de su vida.
«Jugué baloncesto un tiempo cuando era niño, después pelota en un terreno que quedaba muy cerca. Más tarde, me incliné por el atletismo, porque me sentía mejor corriendo que haciendo cualquier otra cosa.
«Una vez vi a Juantorena en un relevo remontando una gran desventaja y fue emocionante. Eso me llegó y me motivó más. Le dije a mi mamá que quería ser como Alberto Juantorena. Ella no lo creía, porque era muy niño. Me decía que de dónde sacaba eso y le contesté: ‘Lo vi en el televisor y me emocionó tanto que quiero ser como él’. Entonces ella me apoyó y me llevó a la Eide de Cienfuegos», cuenta con soltura.
A pesar del amor por el atletismo, tuvo que comenzar como boxeador, pues para el deporte que le llamaba la atención, las plazas estaban cubiertas. Pasó seis meses en los cuadriláteros hasta llegar al carril de su destino, no sin antes atravesar por dificultades en una beca que también acabó fortaleciéndolo.
«Es muy difícil separarse de la familia cuando uno tiene 10 años. Siempre estuve bajo la tutela de mi mamá y no verla cuando me levantaba o antes de dormir me chocaba. Tuve que hacer un gran sacrificio. Lloraba por las noches porque no me sentía a gusto, imaginé las cosas de una manera y cuando llegué era diferente.
«Te encontrabas con personas mayores que tú, que tenían otra mentalidad porque llevaban más tiempo. Y se hacía complejo, al punto que hice rechazo: cuando iba los viernes para casa ya no quería virar los domingos a la escuela. Mi mamá y mi familia se sentaron conmigo y me aconsejaron. A raíz de eso le fui cogiendo la vuelta y logré sentirme un poco más tranquilo.
«Además, en la calle es más fácil buscarse problemas. Cuando estás becado dedicándote profesionalmente a un deporte, ya es diferente. Ahí están forjando a un atleta y eso significa tener valores, principios, respetar a los profesores, a los otros compañeros. Te da la posibilidad de hacer un cambio en tu vida», afirma.
Tiempo después, pasó a la Espa provincial, donde ganó a juveniles en competencias zonales y triunfó en Juegos Escolares. Sonríe al recordar que peleó con Iván Pedroso por ser el mejor de los escolares, premio que al final se llevó el saltador tras implantar un record, a pesar de que él había obtenido cinco preseas de oro.
Sin embargo, llegar al equipo nacional no resultó tan sencillo: «Fue un drama, porque en mi último año escolar estaba todavía en Cienfuegos. Ya pasaba para el juvenil, no me captaban para la Espa nacional y no sabía por qué. En ese momento le dije a mi entrenador Juan Carlos Iraola: ‘Coño, Iraola, si el año pasado gané cinco medallas de oro en unos juegos escolares, ¿por qué sigo aquí?’. Él se hizo la misma pregunta.
«Fuimos a ver al comisionado provincial y nos comentó que no había llegado ninguna captación e Iraola me dijo: ‘Recoge algunas cosas y vamos pa la Espa en La Habana a preguntar por qué no estás en el equipo nacional juvenil’. Cogimos un tren, el lechero cuando aquello, nos montamos y llegamos aquí a Playa.
«Estaba Carmen Romero, otra gloria del deporte, y le explicamos la situación. Ella buscó el resumen de todas las personas que debían estar y yo aparecía. Entonces dijo: ‘Ya están aquí, ¿qué van a hacer?’. Mi entrenador se quedó mirándome, lo miré y le dije: ‘No, ya yo me quedo aquí, pa Cienfuegos no viro’. Ahí empezaron los resultados, llegué a mitad de curso y al siguiente ya estaba integrando el equipo nacional para el Mundial juvenil».
Esa cita del orbe de Plovdiv, Bulgaria, fue su primer evento internacional y alcanzó la medalla de bronce en los 800 metros con marca de 1:47.33, algo sin precedentes para el atletismo cubano.
«Nadie lo había hecho. Estuvimos casi un mes en Estados Unidos, después 20 días en Europa y nos fue muy bien. Lo hice con muchos deseos, como siempre lo intentaba cada vez que me tocaba. Me decía: ‘Si estoy aquí no es para perder el tiempo’. Cuando llegué al Mundial sabía que tenía que coger una medalla y lo logré».
A medida que avanzaba la mañana y el viento «frío» terminaba por perder la batalla con el calor imperecedero, el ambiente se empezaba a agitar en la Cardín. Más atletas desfilaban por los pasillos y algunos compañeros de trabajo interrumpían el diálogo para saludarlo. Pero esa escuela no le recuerda mucho a su Espa. Las cosas cambian. Todo se transforma.
«El centro donde estudié me enseñó muchísimo. Había entrenadores y docentes que sabían llegar a los muchachos. No es como ahora, que no puedes llamarle ni la atención a un atleta porque te faltan hasta el respeto. Ya no hay pirámide, se ha perdido esa escalera de Eide, Espa provincial, Espa nacional y equipo nacional. Ahora no es igual, haces una marca en una competencia equis y ya pasas a la selección. Es ahí donde se está perdiendo todo lo que era el deporte antes. Ves muchachos con 15 años ya en el equipo nacional y no es así como se aprende. Hay que pasar por un proceso evolutivo».
Mientras se sienten los ecos de voces en las saletas y los jóvenes se mueven por ahí, da la sensación de que Norberto Téllez es para ellos un perfecto desconocido. Como una plaga, la herida que sangra en muchos, también se derrama en sus adentros.
«Yo antes sabía quién tenía record nacional en 800 y 400, no debía estudiar para saberlo, porque el deporte mismo te lo inculcaba. Si no sabes esas cosas, no estás haciendo nada. Donde se empieza a hacer un atleta es conociendo las raíces, la tradición que existe. A mí me ha sucedido aquí que me pasan por al lado y no saben quién soy. Eso también lo da la falta de información de la prensa, los mismos narradores.
«No me molesto porque hablen de Alberto Juantorena. Es una satisfacción que lo hagan porque es un ídolo, marcó una etapa en el deporte cubano a nivel mundial. Pero no se puede dejar de mencionar, por ejemplo, a Norberto Téllez que es el recordista actual de los 800 m, campeón panamericano, subcampeón olímpico y mundial. Y todas esas cosas hay que tratar de arreglarlas y cuando haya una evento mencionar a Alberto, pero a los demás igual, porque yo tengo hijos, familia, y a ellos les gusta que me recuerden y sería bonito que mi hijo diga: ‘Mira, escuché el nombre de mi papá'».
La situación no se circunscribe solo a él, y en su expresión se empieza a notar el dolor. «Es el caso de Roberto Hernández, que nunca lo mencionaron. Fue uno de los mejores deportistas de Cuba y se olvidaron. No estoy quitándole honores a Alberto, al contrario, cada vez que tengo la posibilidad de decir que es la leyenda del atletismo, lo hago. Las cosas hay que tratar de balancearlas para que nadie se quede herido y todo el mundo esté satisfecho.
«A veces me digo: ‘Bueno, ¿qué yo hice bien?’, porque no salgo en ningún lado. Ahora vienes tú a hacerme una entrevista, pero han venido aquí y no me conocen. Son cosas simples que argumentan situaciones que se han dado, pues destruyen la moral de un atleta que ha hecho muchas cosas por su país».
De su boca salen como balas una ráfaga de nombres históricos: Ana Fidelia, Iván Pedroso, Sotomayor, Anier García, Silvio Leonard, Roberto Hernández, porque el mito del deporte cubano no se construyó de ayer para hoy. «La historia no se borra», dice consternado.
«Ese flaquito va a ser bueno»
Al hablar de sus primeros momentos en el equipo nacional vuelve a sonreír. Llegó a un espacio plagado de luminarias con la intención de brillar entre tanta gente buena que lo recibió con respeto.
«Estaban Roberto Hernández, que le agradezco muchísimo por todo lo que aprendí de él, Agustín Pavó, Lázaro Martínez, Héctor Herrera, Leandro Peñalver, Valentín… Una serie de figuras increíbles. Sabían que venía un muchacho joven empujando duro y fue muy bonito, porque se dio esa mezcla de experiencia y juventud. Lázaro me ayudó cantidad al igual que Héctor, y Roberto pa qué decirte: fue mi amigo y hermano.
«No pasé esas dificultades que encuentran otros atletas cuando llegan al equipo nacional, que hay mucha gente, presión y quienes están no se quieren ir porque les quedan unos años más. A mí no me pasó. Me dieron la oportunidad y me dijeron: ‘Esto es para el que gane’. Aprendí de esos campeones. Ana Fidelia también resultó una guía inolvidable desde que llegué. Ella decía: ‘Ese flaquito va a ser bueno, cuídense del cienfueguero’, y me iba fortaleciendo al ver que creían en mí».
Cuenta que el contraste existente entre aquella época y la actual es inmenso y no puede evitar preguntarse qué sucede que en lugar de avanzar hay un retroceso.
«Hay muchachos que llegan a la Espa nacional con tiempos de 48 y 49 y antes así no entrabas. Se debe analizar qué se está haciendo. Evidentemente no se hace nada bien. Ahora mismo estamos por detrás de países de Centroamérica, cuando Cuba ganaba Centroamericanos con las segundas figuras. Es necesario sentarse con los atletas, vincularlos más con las glorias del deporte que están aquí, preparar charlas para que sepan cómo se lograron los resultados. A veces les digo que la pasábamos peor. Tienen tres pares de zapatillas y yo para poder conseguir mis zapatillas Adidas tuve que ir a un Mundial juvenil. Ellos ahora no han ido a ningún lado, ni han ganado nada y ya andan con tres pares de Pumas y juego de mono.
«Igual con el problema de la alimentación. En los años que nosotros estábamos había más necesidad, un Período Especial crudo y nos sentimos aquella situación. Todo era difícil, la alimentación estaba dura y supimos reaccionar ante las dificultades. Y no me importaba si aquel comía un bistec, yo lo que debía saber era que había que terminar el entrenamiento. No vamos a tratar de escudarnos en los problemas. Determinadas cosas hay que ganárselas para poder exigir».
Para 1991 Norberto Téllez se perdió los Juegos Panamericanos de La Habana por una lesión. No se pudo presentar ante su familia y su pueblo, pero habría tiempo para el desquite con los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 cada vez más cerca.
«Hacía ocho años que Cuba no iba. Y con 19 años estar ahí para mí era mucho pedir, pero me gané el puesto. Participar en unos Juegos Olímpicos es una historia bonita. Cuatro años de sacrificio para obtener una medalla que vale todas las que puedas conseguir. Es muy valiosa porque tienes que darte cuenta de todas las personas de tu país que eliminaste y si llegas a una final estás eliminado casi al mundo entero y eso significa mucho».
El relevo cubano del 4×400 no llevaba a los corredores con mejores cronos, sin embargo «tres caballos viejos y uno joven», rompieron los pronósticos en el Estadio Olímpico de Montjuic.
«Lázaro Martínez inició, Héctor Herrera era la segunda posta, yo la tercera y Roberto Hernández finalizaba. Teníamos un engranaje que funcionaba como un reloj», recuerda.
El relevo de Estados Unidos iba sobrado con Quincy Watts (oro en la prueba individual), Steve Lewis (plata), Michael Johnson y Andrew Valmon, y se llevaron el oro con récord mundial de 2:55.74, dejando la escena lista para la sorpresiva batalla de los relevos de Cuba (2:59.51) y Gran Bretaña (2:59.73).
«Para nada nos esperábamos el resultado. Cuando vi que Héctor Herrera me entregó cerrado entre segundo y tercer lugar y que lo mantuve hasta pasarle a Roberto, que había sido finalista olímpico y tenía que correr contra un atleta de 200 que era bueno en 400 pero no estaba a su nivel, ya sabía que íbamos a coger esa medalla». Una risa se le escapa, como se le escaparon los cubanos a los británicos.
«Di un paso a la realidad, a saber lo que eran unos Juegos Olímpicos, porque la gente comentaba que debía ser muy bonito, pero eso tienes que vivirlo. Fue una experiencia grandiosa ver a Michael Johnson, Watts, Steve Lewis, los jamaicanos, los ingleses… Mike Powell, Carl Lewis, yo decía: ‘¡Wao, dónde estoy!’. Y me veía como ellos, ya era medallista olímpico y sentía el orgullo de serlo. A partir de ese momento salieron las cosas y el mundo me empezó a tener más respeto».
Ese mismo año pudo al fin ganar una medalla ante su familia: plata en la Copa del Mundo de La Habana y en 1993 se convirtió en monarca centroamericano en la lid regional de Ponce, Puerto Rico, ensanchando su palmarés, pero guarda un especial cariño por la cita Panamericana de Mar del Plata 1995, donde se alzó como bicampeón con títulos en los 400 m y en el relevo de la misma distancia.
«En el individual tuvimos que participar Omar Mena, muy buen compañero, y yo. Cuando pasé primero, que miré para atrás, venía Mena y dije: ‘¡Oh! Creo que va a coger segundo’, pero por delante de los americanos, los trinitarios, los jamaicanos, y nos impusimos en ese evento. No tenía una medalla Panamericana. Esa fue la primera y para mí era una gloria cada vez que ganaba alguna, porque representaba el sacrificio hecho durante todo ese tiempo», explica.
Los 800 metros: la guinda al pastel
Después de que con su llegada al equipo nacional lo convirtieran en un corredor de 400 metros, Norberto Téllez pudo regresar a su distancia preferida: los 800, donde cosechó diferentes hazañas que aún están vigentes, aunque parezcan borrarse con el tiempo.
«Sabía que podía lograr grandes cosas en 800. Un entrenador una vez me dijo: ‘Tú en 400 maybe, pero en 800 vas a ser uno de los mejores del mundo’, y le hacía caso, porque tenía visión. Mi entrenadora Amarilis Hernández, que ha sido mi guía, mi maestra, lo veía también, pero hizo el movimiento cuando creyó que era correcto.
«En el 96 llegaban los Juegos Olímpicos de Atlanta y había que realizar una marca exigente en las dos distancias. Cuando me dijo que haríamos el cambio no se equivocó, porque ya había desarrollado la velocidad, y la resistencia la tenía bien. Las cargas eran fuertes y me adapté rápido a los entrenamientos de 800. Me sentía mejor, aunque se hizo difícil conseguir el tiempo para los Juegos».
De 1:46 debía bajar a 1:44 y parecía complicado, a pesar de que ya veía los primeros resultados en Juegos Iberoamericanos con récord incluido.
«En aquel tiempo Jesús Molina era el comisionado y Santiago Antúnez, el jefe técnico, habló con Amarilis: ‘Dile a Norberto que no hizo la marca para los Juegos Olímpicos y que él termina aquí, ya no hay más competencias’. En el avión ella me lo comunicó. ¡Ñoooo! –Dice casi en un susurro cerrando los ojos– me cayó un vaso de agua helada encima y estaba molesto.
«Al rato vino Amarilis y me dijo: ‘Oye, te llama Molina. No sé pa qué’. Fui pa allá y él estaba tomándose un vaso de whisky, nos saludamos, me felicitó por el resultado en los Juegos Iberoamericanos y dijo así con estas palabras: ‘Si te doy la pelota, ¿a cuántas millas puedes tirarla?’. Y le respondí: ‘Si me la das no te voy a tirar noventa, te voy a tirar ciento cinco. Dame la posibilidad’, y lo hizo. Por él pude ir a Atlanta, hice la marca en la última competencia, en Italia: 1:44.33, pero tuve que correr en varios eventos».
Confiesa que con esa cota no pensaba llegar a la final olímpica. Hace una pausa, apoya el mentón sobre el dedo pulgar y hurga en la memoria: «Había mucha gente por delante. Los compañeros míos no creían, la Comisión no se imaginó nunca que iba a llegar a esa final, ni Juantorena, ni yo.
«Amarilis era la que más confiaba y me decía que podía bajar hasta 1:42. ‘Amarilis, ¿tú estás loca? Tengo 1:44 y Alberto tiene 1:43’, le dije. Ella me respondió: ‘Si te da la gana, puedes hacerlo en esta final’. Y no falló».
Norberto estuvo en la final más rápida del siglo y se quedó a muy poco de su segunda presea olímpica. Cruzó la meta en el cuarto puesto y automáticamente sintió un sabor agridulce. No se percató de que había hecho caer el récord nacional que estaba en poder de quien había sido su ídolo: Alberto Juantorena.
«Estaba insatisfecho al principio. Quería otra medalla. Me senté y cuando iba poniéndome la ropa, vinieron el presidente del Inder, Molina, Juantorena, el jefe técnico y yo no sabía nada, andaba ido, molesto porque no había entrado al podio. Entonces ellos comenzaron a felicitarme: ‘¡Coño, compadre, acabas de romper el record de Juantorena! Hiciste 1:42.85’. Al final fue agridulce, porque no estuve entre los tres primeros, pero ir a una final olímpica, a la carrera más rápida del siglo e implantar una marca nacional… Eran muchas satisfacciones juntas.
«Logré el sueño que tenía de niño. Para llegar a lo que era Alberto debía hacer algo y fue un momento muy bonito, saber que realicé una actuación importante en el atletismo cubano. Ese siempre fue mi objetivo: darle triunfos al deporte, pero el resultado lo disfrutaba para mí, mi familia y mi pueblo de Congoja».
Al año siguiente Norberto Téllez consolidó su carrera con el subtítulo del mundo en Atenas, Grecia, siendo solo superado por el que considera el rival más difícil de su carrera, el keniano nacionalizado danés Wilson Kipketer.
«Él era mi guía. Sabía que mejor que yo, solo Wilson. Y eso se vio en las competencias de ese año. Llegué al Mundial más confiado, con más desarrollo, mejor táctica de carrera y se me hizo fácil. Ahí estaban todos los que me ganaron en Atlanta. Salí detrás de Wilson y los otros no me interesaban. Él era mi objetivo y me concentré en eso. Ganó el mundial y luego yo me llevé el Grand Prix».
La recta final
Para finales de la década sumó medallas en los Juegos Centroamericanos de Maracaibo, Venezuela (oro), y los Panamericanos de Winnipeg, Canadá (plata), pero el irrespeto se apareció disfrazado de soberbia.
«Después no me sentía con los deseos, habían cambiado al comisionado, estaban pasando cosas que no me estimulaban y no era lo que esperaba. Incluso me dejaron fuera para unos Juegos Mundiales en Edmonton y tenía la quinta mejor marca del mundo en ese año. Dijeron que no estaba entre los 20 mejores atletas de Cuba y pusieron por delante de mí a otros compañeros.
«Cómo iban a decirme que no podía participar, si por ley me lo había ganado. Entonces, al final, cuando ya se encontraban todos allá en la villa, me querían sacar un pasaje para que fuera a Canadá a competir al otro día en un evento complicado. Son cosas absurdas, al nivel que tenía no me podían hacer eso. Y situaciones así se dieron y fui desmotivándome».
En el 2004 llegó el punto final. A pesar de que tuvo la posibilidad de ir a la cita bajo los cinco aros de Atenas, decidió no seguir. «Para hacer un mal papel, era mejor dejarlo. Te acostumbras a esto y para todo atleta resulta difícil desvincularse. No obstante, no deseaba ser un impedimento. Llevaba muchos años en el equipo nacional y era el ocaso. Uno tiene que saber cuándo retirarse», afirma.
–¿Qué vino después?
«Estuve mucho tiempo trabajando en el estadio, ayudando a los atletas con Amarilis. Pero me fui desligando. Ahora trabajo aquí en la escuela, en la atención a las glorias deportivas del centro», hace silencio y mueve la cabeza negando, mientras inspira antes de seguir: «Pero no me siento bien con el deporte en general». Sus ojos parecen entristecer y el rostro se le contrae, escondiendo pequeños lunares entre algunas finas arrugas que se manifiestan con su expresión.
«Es doloroso decirlo», prosigue. «Y no es que te utilicen, porque uno hace las cosas sin que nadie lo obligue, pero cuando llegas a un punto en que das todo por tu país sin mirar causas ni motivos y perdiéndote toda la juventud, de disfrutar de tu familia, tus hijos; cuando te retiras lo menos que puedes esperar es que la Federación de atletismo, la presidencia del Inder y la atención a atletas se preocupen un poco más por los deportistas, pues resulta penoso ver a una gloria del deporte caminar con los zapatos rotos, con un pulover descosido. «Son cosas que se pueden erradicar. Ayudar a esa persona para que cuando camine por La Habana o por cualquier otro lugar digan: ‘Coño, ese es fulano de tal, pero mira qué bien está, arreglado’. Esas situaciones hay que mirarlas, ahora creo que le están prestando un poco más de atención».
La voz le cambia un poco y afirma tajante que hay mucha gente olvidada y que él también lo está. «Pero la culpa no es mía, es de quienes no le dan el lugar esencial a una persona que hizo todo sin nada a cambio, porque el dinero que recolecté nunca lo vi, ni lo exigí y nunca me dieron nada. Lo que hice lo hice por amor, por pasión, deseos y no estoy pidiendo nada material, sino poder resurgir, como una flor que le echas agua y florece.
«No pido que nos tengan por encima de las figuras actuales, pero sí un espacio. Eso va a ayudar, porque si los jóvenes ven lo que está pasando, van a decir: ‘Si este, que pasó por aquí, terminó como está, yo no voy a acabar así’. Por eso viene la emigración.
«Antes cobraba 200 CUC y ahora lo que gano son 4800 pesos. Lo que hicieron fue devaluar el estímulo por lo que habías hecho en tu carrera. Con 200 CUC me alcanzaba para todo, pero ahora no puedes comprar nada porque ¿qué son 4800 pesos? ¿Qué hicieron? ¿Están verdaderamente tratando de ayudar? ¿Por qué no me pones el dinero al cambio o en MLC? Y no se hace nada con respecto al tema, que se ha planteado en todos los lugares».
A un costado del lobby, en una especie de mini museo, descansa el premio que lo acredita como miembro del Salón de la Fama del atletismo centroamericano. Pasamos por ahí y lo señala. Por el pasillo enciende un cigarro, le da una calada y exhala el humo. «El olvido es frustrante», manifiesta antes de soltar un poco más de aire. «No me imaginé nunca que después de darle tantos logros a mi país se iban a olvidar. No vivo de eso, pero es bonito que a la gente se le tenga en el lugar que se merece. Estoy seguro de que me le paro delante a un directivo y no me reconocen».
Bajamos unas escaleras que dan a las canchas de básquet que presumen una falta de maquillaje más que evidente bajo el sol del mediodía.
–¿Te consideras el mejor corredor cubano de los 800 metros planos? –le pregunto.
–Yo soy el mejor corredor de Cuba en 800, lo cual no quiere decir que tenga el resultado más relevante. Son dos cosas distintas. El mejor resultado lo tiene Alberto Juantorena, porque es bicampeón olímpico, pero tengo el record nacional, es decir, corrí más duro que él.
–¿Qué fue lo mejor de tu carrera?
–Tener una buena guía, que fue mi entrenadora Amarilis Hernández, también grandes amigos como Roberto Hernández, Yoelvis Quesada, Ana Fidelia Quirot, Anier García… Vivir en mi país, porque soy cubano por arriba de cualquier cosa y contento de verdad por los resultados que tuve, sin nada a cambio, brother –expresa poniendo su mano en mi hombro y la voz se le entrecorta un poco–. Con dolor, pero sin nada a cambio. Esas medallas me marcaron el corazón y todas las cosas que logré en mi vida se las dedico principalmente a mi pueblo, que se merecía todo eso.
Da la última calada y el cigarro queda en el camino. Lo pisa. Salimos directo a una pista que queda a medio camino entre el docente y el estadio panamericano. Hacemos unas cuantas fotos y no puede ocultar la emoción cuando ve en el caucho la marca que dicta el punto de partida de la carrera de 800. «Esta es la mía», comenta y hace el movimiento de la arrancada.
«Mi alegría más grande son mis cuatro hijos, mi familia, mi gente», cuenta. «Me dedico a ellos por completo. Voy a ver a mi mamá a Cienfuegos y si no paso por Congoja no me siento bien, porque allí estoy con mi gente, en mis raíces y me siento donde me sentaba antes, miro pal cuadro de pelota y digo: ‘¡Wao! Ahí era donde yo daba vueltas y vueltas y vueltas».
A la salida de la pista le pregunto dónde está la parada del A65.
–Eh, ¿pero no puedes llamar al chófer? –me dice.
–Na. El carro tuvo que salir para la final de la Liga Élite en San José. El transporte está…
Nos despedimos luego de hacer el camino de regreso al lobby. Cuando me quedo solo recuerdo que dijo que si pudiera pedir un deseo sería volver a correr. Pero creo que lo sigue haciendo, esta vez no va contra Kipketer, ni Rodal, ni Sepeng. Norberto Téllez corre contra la desmemoria.