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RETRATOS: Medicina que no tiene precio

A veces un detalle puede cambiar el día, nos puede describir a una persona sin que ésta se lo proponga. Eso fue lo que sucedió con Martha Sonia Robaina Castellanos, jefa del Servicio de Oncogenética del Instituto de Oncología y Radiobiología.

Foto: La Autora

Había ido con una amiga a acompañarla a una consulta, cuando vimos que la puerta del elevador estaba a punto de cerrar. Apuramos el paso. La doctora nos vio y esperó por nosotras. Luego, preguntó a qué piso íbamos. Respondimos que para el primero. No pude evitar exclamar: “¡Qué atentos son los médicos de este hospital!”.

Le contamos que hacía unas semanas, habíamos estado ahí, y en el propio elevador, otra doctora, permitió que todos los pacientes entrarán, aunque algunos insistieron en que fuera ella la primera, pues estaba trabajando. Varios de los presentes elogiaron la aptitud, pero no preguntamos su nombre.

Martha nos miró y con voz baja, como un hada, alegó: “Es que nuestros pacientes merecen un trato especial, todo paciente lo merece”.

Y a partir de ahí, entablamos la conversación: hablamos de la educación en valores, de la ética, de la palabra que sana el alma, mucho más en tiempo de crisis, cuando quizás no todo lo material está disponible, pero una buena comunicación y el trato bondadoso hacen más fácil el camino.

Con un sentido de pertenencia muy grande hacia el sector del cual forma parte hace más de cuatro décadas, contó la satisfacción que tuvo hace unos días. “Salí a las cinco de la tarde de aquí, agotada. Estaba en el cajero, ubicado en el área del ministerio de la Construcción. Y delante de mí, una señora se puso a hablar con otra acerca del buen servicio que recibía de los médicos de mi hospital. Ellas nunca supieron cuánto esas palabras, escuchadas de casualidad, me llenaron de energía y orgullo, me dieron ánimo para seguir caminando a buscar la guagua”, afirmó.

Especialista de I y II grado en Genética Clínica, Profesora Auxiliar Universidad Médica de La Habana, Martha Sonia Robaina no presume de sus responsabilidades, ni de los múltiples artículos publicados o de los eventos científicos en los que participa. Es sencilla, muy cubana; le gusta ayudar, servir y ser útil.

A sus 66 años, se mantiene activa. Ni siquiera durante la Covid-19 se apartó del trabajo. Le pedí permiso para hablar de ella en la sección Retratos, del periódico Trabajadores, y expresó que, si voy a decir algo, tengo que mencionar al colega Martin Hacthoun, periodista de la agencia Prensa Latina.

“Vivo en el municipio Cerro y es mi vecino. Gracias a él puedo venir todos los días a trabajar, porque me da ‘botella’; el regreso, si puedo lo hago con él. Eso lo agradezco desde lo más profundo de mi corazón”.

Ahora las dos sonreímos. Volvemos a conversar de la solidaridad, del bien que hace, no importa quién sea la persona. Esa medicina no tiene precio y hace mucho bien al alma. 

 

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